Para ti mamá:
Hace tanto que no te escribo una carta. Ya te escribí muchas en la adolescencia, por lo general, eran cartas en donde te decía algunas cosas que temía pronunciar, como cuando rompí un vaso que te gustaba o las diversas veces en las que cambié de carrera. En ese entonces, la niña temía la mirada materna, la que pensaba vendría llena de reprobación y, por lo general, esa expectativa se quebraba con un suspiro tuyo y un abrazo, seguido de las palabras de conforto, un “todo está bien”, que siempre me hizo sentir que, efectivamente, todo estaría bien.
Hoy, después de mucho tiempo, escribo esta carta, no para decirte alguna decisión, o para contarte que quebré tu vaso favorito, no. Hoy escribo lo que tal vez no te digo cuando estamos al teléfono, cuando intentamos saber cómo nos está yendo en esta pandemia, en este aislamiento. Reímos, son momentos que me alimentan en la distancia. Tú en Santa Tecla yo acá en Río de Janeiro.
Escribo estas palabras mientras observo la foto que me acompaña: una foto en blanco y negro. Estamos de espaldas, observando, desde un mirador, la majestuosidad del volcán de San Salvador y la ciudad a sus faldas. Mi mano izquierda se apoya en tu hombro izquierdo en un abrazo tan delicado. De repente, la tranquilidad que esa foto transmite me invade y creo que, a pesar de las adversidades, “todo estará bien”, como cuando me lo decías en mi infancia.
La foto, que compartí en mi cuenta de Instagram hace ya un tiempo, me recuerda la firmeza de tus pasos, los que te han guiado hasta ahora y los que me guían en mi caminar por la vida. Nunca me dijiste que no era capaz de hacer lo que quería, aunque siempre me advertiste que debía ser sabia, tener paciencia cuando las cosas no salieran como lo esperado. La firmeza de tu carácter me han enseñado que la vida puede ser dura pero que, cuando tenemos un objetivo, un sueño (porque, vamos, me enseñaste a soñar con los ojos abiertos), debemos seguir adelante, al mismo tiempo en que me enseñaste a detenerme, me has enseñado a ser cautelosa y a reflexionar sobre en qué momento debemos tomarnos una pausa para redireccionar el barco en caso de naufragio.
No puedo dejar de pensar también en la dulzura de tus ojos cuando sonríes. La foto que mal describo, además de paz, me recuerda eso, la dulzura de los momentos pasajeros, los momentos que tal vez son apenas capturables por una fotografía en blanco y negro. Y si siempre has sido firme, tengo que reconocer que también me has mostrado que ante los momentos amargos, la sonrisa, las carcajadas y la dulzura son siempre los mejores remedios.
Es gracioso, fue esa dulzura, esa bondad, la que me mostraste la noche en que subí a la terraza, para contarte que mi novio adolescente me había terminado (hace tanto tiempo ya de eso). Pensé que me dirías “no llores por eso”… No fueron esas tus palabras, apenas te sentaste a mi lado en una banca de madera vieja que estaba ahí, me abrazaste y me dijiste que estaba bien llorar, me consolaste y después me contaste un chiste que ya no recuerdo, pero que me hizo reír.
También has sido dura cuando ha sido necesario, a veces muy dura, pero ha
sido también lo duro de escuchar la realidad que me ha enseñado que, si bien podemos soñar, también debemos tener los pies puestos sobre la tierra. De tu dureza recuerdo una llamada que te hice durante los primeros meses en Brasil, allá por 2006, te llamé a tu trabajo, creo que te dije que me sentía triste, sola, que los extrañaba a ti, a papá, a mis hermanos… te quedaste en silencio y después de unos segundos, que me parecieron eternos, me dijiste que “debía resistir”, porque irme había sido mi sueño y había luchado por ello; me dijiste también que cuidara el dinero, que llamara menos, pues tenía poco y en ese entonces no había Whatsapp. Fue ese día que aprendí que los caminos de la vida pueden ser duros y que el sendero, a veces, nos toca recorrerlo solas. Solas, a medias, porque aún lejos, siempre has estado conmigo, siempre cerca.
Las palabras se me acumulan y quisiera decirte tanto que no cabría en esta
carta y, así, voy acercándome al final para apenas decirte que, en la distancia, celebro tu vida y doy gracias por ser el pilar que me sostiene; gracias por enseñarme a caminar, por enseñarme a alzar el vuelo, por enseñarme a contar conmigo misma y a luchar por mis sueños.
Gracias por estar siempre lista con un consejo, con tus cuestionamientos y
preocupaciones de madre. Gracias por tus reprimendas… Pero, sobre todo,
gracias por ese abrazo que, aún en la distancia, lo siento tan cerca, ese abrazo que es el refugio al que siempre puedo volver.
Con amor,
Christy Najarro Guzmán
Christy Najarro Guzmán. Doctora en Literatura por la Universidade Federal de Santa Catarina (UFSC) en Brasil. Es, también, graduada en letras portugués-español, por la Universidade Federal do Paraná (UFPR) en Brasil. Sacó su maestría en la misma universidad, en donde desarrolló su tesina sobre la obra de Jacinta Escudos. Actualmente, participa del GT- Clacso llamado “El itsmo centroamericano: repensando los centros” y es parte de RILMAC (Red de Investigación de Literatura – Mujeres América Central). En 2019, publicó su primer cuento titulado “Entre el hielo y la cocina” en la antología «Esto no es cuento», bajo el sello de Índole Editores.