Soluciones comunitarias

Si el agua no llega a Catarina Abajo, sus mujeres la traen del Lempa

Más de 100 mujeres campesinas de Catarina Abajo se ven obligadas a caminar sobre veredas y sobre cercos para llegar al río Lempa a lavar su ropa y a bañarse. Aunque tienen el servicio de agua por tubería, la cantidad que les llega a sus casas no es suficiente para resolver las necesidades básicas del hogar. Esta situación podría cambiar, según las mujeres, si en el caserío se construyera una bomba de presión de agua para que el río llegue a sus casas y no ellas al río.

65

Escuchá la nota. 👄🔊👂🏻


En la casa de Victorina Orellana se escuchan pasos y risas de mujeres, gritos de niños y de niñas. Es un jueves caluroso de mayo de 2023. Victorina agiliza el paso. Mete comida en recipientes de plásticos, la acomoda en una cesta. Mientras tanto, más mujeres siguen llegando. «Dice mi mami que la esperen», grita una niña desde la calle. «Nos han dado permiso en la escuela», dice otro niño que llegó corriendo a la casa para unirse al grupo que iba al río.

Son las mujeres, las niñas y niños de Catarina Abajo, uno de los caseríos pobres del cantón Paratao, del municipio de Ciudad Victoria, Cabañas, fronterizo con Honduras. Las mujeres dicen que la escasez de agua es uno de los principales problemas con los que deben lidiar a diario. Ellas se han organizado para resolverlo: salen en grupo con sus bultos de ropa sobre la cabeza, en un recorrido de hora y media hasta el Lempa. 

Esa mañana del 18 de mayo, Victorina, sus hermanas y sus hijas madrugaron para hacer pan en su horno de barro. Prepararon café en una olla grande. «¿Quieren café?», pregunta Victorina. En cuestión de segundos, la mesa está servida con pan de torta, café, y más café. También habían cocinado carne, frijoles, huevos y tortillas. Esa era la comida que Victorina guardaba como parte del almuerzo que compartirían más tarde frente a río. 

Su casa está ubicada a la orilla de la calle, por lo que sirve como punto de encuentro para el viaje hacia el afluente. Después de comer, cada mujer toma su tanate de ropa y comienzan a caminar en grupo. El reloj marca las 9:30 de la mañana. 


Las mujeres del caserío Catarina Abajo, Ciudad Victoria, Cabañas, cargan los bultos de ropa durante un recorrido que dura hora y media para lavar en el río Lempa. Foto por Kellys Portillo .

Victorina tiene 54 años y es parte de la Asociación de Desarrollo Comunal (ADESCO) de Catarina Abajo. Ejerce el improvisado liderazgo en esta obligada travesía en busca del agua que no llega a sus viviendas. Su paso es lento. Unas semanas antes se cayó jugando fútbol y se lastimó. Es una mujer alegre. Se ríe con facilidad y le gusta hablar. Asegura que no sabe leer y escribir porque de niña se dedicó a las labores del hogar y a cuidar a sus hermanos menores. 

—¿Cada cuánto van a lavar el río? 

—Nosotros vamos cada cuatro días. Llevamos una carga de ropa.  

—¿Cuándo se tardan en llegar? 

—Como vamos descansando, hora y media. Viera cómo van [los] niños. Nosotros arriesgando la vida vamos, porque lavando uno, se le puede ir un niño río abajo. 



Diez minutos después de trayecto de calle, con un tramo recién empedrado y pavimentado por la alcaldía de Victoria, toman el camino angosto sobre un terreno agrícola que lleva hasta esta el río. 

El Lempa, con 422 kilómetros de largo, recorre Guatemala, Honduras y El Salvador, antes de desembocar en el océano Pacífico. Es un afluente importante para los pobladores de estos tres países, pues sus aguas sirven para generar energía eléctrica, para abastecer a las personas, para actividades domésticas y para el riego de grandes extensiones agrícolas. 

Es un río abuelo que agoniza por la contaminación, por la sobreexplotación de los servicios que brinda, la degradación de las cuencas que lo alimentan, bosques y humedales, advirtió en 2022 la Red Trinacional por el Rescate del Río Lempa.

La zona fronteriza que conecta a El Salvador con el hondureño departamento de Intibucá es por donde llegan las mujeres de Catarina Abajo a lavar.

«Aquí cruzando veredas, barrancos, llegando a la frontera de Honduras con El Salvador. Nosotros aquí sufrimos con la cuestión del agua, queremos que alguien nos ayude», dice Victorina, mientras ella y el resto de mujeres trepan un muro de piedras y madera con sus sacos y guacales en la cabeza.  


Las mujeres recorren veredas y trepan muros de piedra con guacales y sacos en sus cabezas. Foto por Kellys Portillo.


En el caserío Catarina Abajo habitan 490 personas, de las que 111 son mujeres. La zona se caracteriza por la desigualdad social, reflejada en el estado lamentable de sus caminos y la falta de acceso de otros servicios públicos. Las pocas fuentes de empleo que existen están limitadas a las labores agrícolas. Los vecinos dicen que las viviendas de cemento que hay en el caserío han sido fruto del envío de remesas por pobladores que migraron. Pero la mitad de ellas son casas con piso y paredes de tierra y techo de lámina. 

Las opciones de generación de ingresos para las mujeres también son limitadas. Algunas aprovechan la concentración de personas para los partidos de fútbol o las actividades de la iglesia —principales actividades recreativas del lugar— para preparar y vender antojos típicos, como pasteles y pupusas. Otras lavan ajeno o recogen leña para comercializarla.  

Pero este día, el tiempo y el esfuerzo están concentrados en el viaje al Lempa, en un recorrido salpicado de anécdotas. Dicen que en el caserío todas las personas son familiares. Que los padres de Victorina tuvieron 16 hijos, 10 mujeres y 6 hombres, y que en total les dieron 110 nietos y nietas.  

No todas son anécdotas agradables. Mientras cruzan una loma desde la que ya se puede ver el río, Nora Orellana cuenta cómo las mujeres de la comunidad se protegen entre sí de la violencia intrafamiliar: entre hermanas apoyan a Concepción a encerrar a su marido en una champa de tierra y lámina cada vez que llega borracho.  



Esta vez, como el recorrido se realizó sin pausas, tomó 35 minutos, en lugar de la hora y media que suelen hacer cuando van haciendo pequeñas paradas. «Y venimos en grupo. Hay veces que algunas madrugan, yéndose unas, llegando otras y así», asegura Victorina.

Viajar en grupo les ayuda a protegerse. Es un camino largo y solitario. Las mujeres aseguran que la única vez que estuvo custodiado fue durante la cuarentena por el COVID-19, cuando llegaron soldados con órdenes de evitar el paso de personas por esta zona fronteriza. Recuerdan que, en esos meses de 2020, un soldado murió ahogado en esta parte del Lempa. 


Foto por Kellys Portillo.


Una vez que llegan al Lempa, las mujeres se dirigen a la orilla donde han colocado piedras grandes que les sirven de lavadero. Cuando la corriente crece las sacan y las vuelven a colocar. Esa mañana algunas lavaron sentadas, otras paradas, y otras, de rodilla, sin cercanía a la sombra que ofrecen los árboles que están a más de 10 metros de distancia de la orilla. El grupo de mujeres agiliza sus tareas de lavado, quieren aprovechar lo más que puedan antes que el sol se torne más caliente. 

Pasan más de media hora así. Cada pieza de ropa que lavan la pasan a sus hijas, quienes las tienden sobre las piedras para secarlas al sol. Mientras, otras se adelantan a encender fuego para calentar el almuerzo. 

Almuerzan al filo de las 12 del mediodía. A esa hora todas se reúnen de nuevo, mientras la ropa se seca al sol. Cada una comparte de lo que lleva para comer, desde mango con chile hasta carne de res guisada con arroz, frijoles, queso y tortillas. Mientras almuerzan sentadas sobre las piedras, aseguran que la ida al Lempa no siempre es cuestión de un solo día. A veces acampan frente a sus aguas. Cuentan que llegan en la tarde a lavar y se quedan a dormir frente a una fogata, mientras los hombres se van a pescar.  



El pozo de la promesa 


Maximina Rodríguez se siente sobre una piedra grande a observar a su hija y amiga que nadan junto al resto de niñas y niños. Con su hija ha terminado de lavar dos costaladas de ropa: la de ellas y la ajena. Se ve cansada.

«La rabadilla duele de estar embrocada, como a veces no puede sacar piedras uno, por la fuerza, pues».


Maximina y su hija recogen la ropa seca. Foto por Kellys Portillo.


Maximina dice que va cada dos días a lavar, siempre la acompañan su hija y una amiga. No les queda de otra. Ya se ha caído y golpeado durante la caminata o mientras está en el arroyo. Además de sus dolores en la espalda, sufre de insolaciones, dolores de cabeza, de mano y pies. 

Las mujeres de Catarina Abajo aseguran que la instalación de una bomba de presión de agua significaría un cambio de vida para ellas. Blanca Nora Orellana dice que así se llevaría el agua del Lempa hasta el caserío, en lugar de que ellas tengan que viajar hasta el afluente. 

—Que nos pusieran un proyecto de agua para lavar allá en la casa, bien feliz fuéramos, porque mire, tenemos 30 años de estar por un lado y otro a ver si nos ponen una bomba de agua de aquí de Lempa y nada nos sale. 

— ¿Y se lo han hecho saber ya a las autoridades? 

— Pues sí, y nada. Nos dicen que muy caro, pero más gastan desharando (deshaciendo) calles, a veces buenas y volviéndolas a arreglar. 

Nora explica que a veces gastan entre 15 y 20 dólares para acarrear agua de San Pedro, un cantón que se ubica a más de cinco quilómetros de distancia. Pese a que hay cañerías de agua en Catarina Abajo, la presión es tan poca que no alcanza a llegarles. Blanca Nora cree que esto se debe a que no hay suficiente agua en los terrenos de este caserío. 

Sin embargo, la alcaldesa de Victoria por el partido Nuevas Ideas, Irma Morales, aseguró que en la zona ya se gestiona la perforación de un pozo de agua. Dijo que el proyecto no pudo desarrollarse en 2022 porque se encontraron con que la profundidad que se requiere era mayor a la prevista, y que el presupuesto asignado no era suficiente. 

«El año pasado dejamos un presupuesto de 20 mil dólares para un proyecto de una perforación de un pozo. No se realizó, no porque nosotros no quisiéramos, sino porque no nos ajustó el dinero. Pagamos un estudio donde se encontró una zona que sí tiene agua a una profundidad de 160 metros. Este año, en el plan de trabajo se ha dejado una asignación de 40 mil dólares. La cuestión es que ya estuviera ejecutado ese proyecto, pero las leyes han cambiado», se justificó. 

La funcionaria aclaró que aún no cuentan con ese dinero, y que obtenerlo dependerá de la liquidación de algunos gastos que harán. En Catarina Abajo, mientras tanto, las mujeres recordaron que la instalación del pozo fue la promesa que las llevó a votar por el partido de gobierno en las pasadas elecciones municipales. 

La Organización de Naciones Unidas insiste en que el acceso al agua es determinante para la reducción de la pobreza. Este organismo señala que el desabastecimiento de agua aumenta la carga de trabajo doméstico de las mujeres, porque son ellas las que salen a buscarla de diversas formas. En las zonas rurales según la desaparecida Dirección General de Estadísticas y Censos de 2021, el porcentaje de los hogares con tenencia de agua por cañería era de 66 %. El 10.3 % de las familias en estas zonas obtienen el agua para consumo diario a través de pozos, el 9.6 % lo hace por otros medios.  


Foto por Kellys Portillo.


El regreso 


Han pasado más de dos horas en el río, entre lavar, nadar, almorzar y relatos de anécdotas; cuando las mujeres consideran que es momento de regresar. Empiezan a llenar sus sacos con la ropa limpia. El reloj marca la una de la tarde. La caminata arranca con pasos lentos. Casi todo el camino es de subida. Rodean tramos para no deslizarse y continúan sobre cuestas, veredas y cercos. Las niñas y niños ayudan a sus madres a cargar los recipientes de comida vacíos y parte de la ropa.  

Al cabo de una hora el grupo está de regreso en casa de Victorina. El ambiente es más caliente. Las mujeres se limpian el sudor de su rostro, sonrosado por el sol y respiran cansadas. «De nada nos sirve ir a bañarnos si ya estamos con calor de nuevo», señala Blanca Nora. 

Mientras el resto de las vecinas de Victorina se dirigen a sus casas, las hermanas Orellana hacen a un lado los bultos de ropa guardados en costales, esta vez limpia y seca, para dirigirse a la cocina: unas a palmear tortillas, otras a freír huevos con tomate, cebolla y chile verde y otras a ordenar la mesa. De nuevo, en cuestión de minutos, la comida está servida. 

Esa vez, la travesía les tomó aproximadamente cuatro horas. Mientras comían, las mujeres ya estaban planificando su próxima ida al río Lempa a lavar. 

«Espero que no sea la última vez que nos visiten», dijo Victorina Orellana.

Artículos relacionados

Soluciones comunitarias

Los rostros del agua: Historias de defensoras urbanas en Montevideo y Ciudad de México

«Los rostros del Agua» reúne experiencias de mujeres activistas de Montevideo y...

Soluciones comunitarias

Inscribite al Mediatón: Preguntas frecuentes

Alharaca te invita a su Mediatón. Se trata de un laboratorio de...

Soluciones comunitarias

Cuatro historias de paternidades activas en un país de ausencias

Abuelos, hermanos mayores, tíos y mujeres ejercen como figuras paternas en El...

Soluciones comunitarias

La Colmena: un ejemplo de economía solidaria entre mujeres

En Mejicanos, San Ramón, un grupo de mujeres emprendedoras ha formado un...