Tamarindo: Una casa sustentable en Guacotecti

Lauri García Dueñas | 05/05/2022

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Eduardo Portillo, de 40 años, construyó su casa utópica en un paraje lejano de Guacotecti, Cabañas, El Salvador. “Tamarindo: casa sustentable” está rodeada de una cerca natural, con un baño seco, adobe sismoresistente, techo vivo, bosque comestible, huerto, milpa, salón de yoga, siete gallinas y un gallo.

Hace once años, Guayo se paró en la entrada del terreno que heredó de su padre y tomó una decisión que marcaría su vida y la de su familia. «Ya no quiero ser empleado», se dijo, a pesar de que estudió en una de las mejores universidades privadas de la capital y tenía un buen trabajo. ¿La razón? Se sentía lejos de su familia y de su origen en Guacotecti, Cabañas, El Salvador.  

Dicho y hecho, agarró sus tiliches (bártulos), se fue de mochilero y llegó hasta Cartagena de Indias, Colombia. Trabajó de chofer en San Vicente y las Granadinas y cumplió su sueño de conocer Brasil. Viajó durante tres meses y regresó a construir su hogar, el que en ese momento sólo estaba concebido en su mente.  

Ahora, en su casa sustentable en Guacotecti, nos recibe emocionado. Entre la minimalista decoración del lugar, una bandera brasileña sirve de recuerdo de su viaje iniciático.  



«Esto es lo que he construido», subraya, y no es cosa menor. En El Salvador el acceso a la vivienda es un problema social y comprar una casa te puede costar no menos de 50,000 dólares. Guayo y un albañil con 22 años de experiencia construyeron ⎯basándose en un libro y en una capacitación, y por unos 4,000 dólares⎯una casa amplia, fresca, agradable y amigable con el medioambiente, que ahora se ha convertido en un hostal y lugar para eventos, entre otras cosas.  



La familia ha crecido y ahora está conformada por su esposa, Lily Méndez, trabajadora social; Arleny (12 años) y Eli Sofía (4 meses). Un amigo en común los presentó y su intuición no le falló. Guayo y Lily están recién casados y Eli Sofía hace poco vino al mundo.  

De la mano de su esposa, amplió la visión para Tamarindo. «Yo no me hubiera animado a vender comida sin Lily», explica Guayo, mientras prepara unas hamburguesas de campeonato, y ella, unas deliciosas pupusas de ayote. La casa abrió sus puertas al público en 2016, pero ahora él ya no está solo. Su menú es apto para omnívoros y vegetarianos.  

La casa pasó de ser un centro vivencial de permacultura, tecnologías apropiadas, a un hostal, vivero, café, restaurante, lugar de eventos. Su principal objetivo es que las y los visitantes se lleven una experiencia para su propia vida cotidiana, según las palabras del fundador.  

Eduardo está recibiendo voluntarios nacionales e internacionales para mejorar Tamarindo. Siempre hay mucho que hacer, desde la madrugada, para mantener la casa viva, literalmente. La conversación con los visitantes pasa, entre otras cosas, por enseñarles a separar la basura y por instruirlos, mediante rótulos escritos e instrucciones verbales, sobre cómo funciona un baño seco.  

Al principio, uno puede tener vértigo de tirar el aserrín donde no debe pero, gracias al anfitrión, se termina por aprender.  

Toda utopía es dúctil y aunque el proyecto inició con el uso de paneles solares y agua recogida mediante la lluvia en una pileta, ahora posee electricidad y un baño con agua potable, debido a la llegada de las tres nuevas habitantes. Eduardo no lo lamenta, al contrario, sabe que cuando una utopía pasa de ser un sueño personal a uno familiar o colectivo, hay que adaptarse. 



Edición: Mariana Belloso
Fotografías: Kellys Portillo

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