Fotobordado: Kellys Portillo
Querida mía, no te extraño
Siempre fuiste muy puntual. Siempre tuviste la cortesía de avisarme cuando estabas por venir. Eras esa sensación. Un mes del izquierdo, al otro del derecho.
Bien lo sabías, pero te lo repito: nunca me gustó que me pusieras en esa montaña rusa de emociones, en ese áspero cambio de brújula, de la tristeza a la funcionalidad cotidiana.
Hace cuatro años empezaste a alejarte. La de este enero fue la última y definitiva, por fin, después de tantas intermitencias. Ha sido liberador.
Con tu ausencia se asume la entrada a una nueva era. Te confieso que aún no me la creo. En primera, porque no transito por las mismas incomodidades que cuentan mis amigas (toco madera y no sé si me voy a escapar).
Tu ausencia oficial me hace extrañar algunas nimiedades, eternamente pospuestas por otros apuros financieros.
Ahora, para mi fortuna, ya no tendré ese apremio interior de hacerme de una ecológica y promocionada copa de silicona, vivir la experiencia de ropa antifiltraciones, comparar en las estanterías del supermercado las recientes innovaciones para usuarias de flujo nocturno abundante.
Ya no vivo mi pequeña vergüenza doméstica de colgar ropa interior manchada, resabios de estigmas heredados.
Con la ebullición planetaria de marzo, pensé que ya transitaba esa temida etapa, que ha requerido que mis amigas tomen suplementos vitamínicos y acudan a citas médicas.
En mi caso, creo que solo era el termostato terrestre descalibrado en verano, la humedad tropical y la tala de los magníficos árboles de mango, de pino, almendro de río y el hermoso Callistemon de la cuadra.
Dentro de todo, creo que lo mejor ha sido sentirme “hormonalmente estable”. Aunque a veces he tenido que lidiar con mi yo más fúrica, enojona y huracanada. Unas veces esta versión se me quita con varias horas de sueño y otras veces se queda en un bucle de discusiones por cotidianidades y reclamos con la cría adolescente.
También me pongo a rumiar pensamientos y dibujar escenarios-decisiones de corto plazo. En el fondo me siento en una dimensión contrarreloj, donde el alter ego demanda dejar lo mejor.
Como este año he cumplido medio siglo, he manifestado cuidar genuinamente el cutis y la cuerpa, que pronto comenzará a ralentizarse; para lo cual me he propuesto caminar, caminar mucho junto a mis siempre cariñosas “wawas”. También tengo en puerta exámenes ginecológicos, que deseo fervientemente que me insuflen buenas noticias.