
Hola. Hace tiempo, quería agradecerte porque me has obligado a estudiar y a comprender que ha llegado mi momento. Es tiempo de pensar en mí. De dejar a un lado todo lo aprendido en relación al orden del cuidado que me impuso la sociedad, cuando me decía que “primero estaba mi hija, después mi esposo, después mis padres, mis hermanas, mis pacientes, etc., etc.”.
No me había preparado para recibirte. Te veía lejana, y cuando fui al oftalmólogo (especialista de los ojos) por la irritación ocular; a la dermatóloga (especialista en la piel) por la picazón del cuerpo; a la psiquiatra (sin explicación necesaria) por los cambios de humor, las ganas de llorar por todo y por nada, los enojos sin explicación y el bendito insomnio, ¡no imaginaba que sería mi esposo (también médico, pero no especialista en climaterio y menopausia) quien me haría el diagnóstico cuando en plena onda fría, a 14° C de temperatura ambiente, yo me salía al patio, abanico en mano, porque sentía que mi cuerpo “agarraba fuego” acostada en la cama, presa de los sofocos! Y entonces él me dijo: Ana, «¡Esa es la MENOPAUSIA!».
De eso ya hace casi 7 años. Después de 6 años de estar en Terapia de Reemplazo Hormonal, con el acelerado incremento del “colesterol malo” (LDL) y los triglicéridos, habiendo sufrido de dolores articulares sin haberme caído ni haberme golpeado, notando una progresiva pérdida de la libido que me estaba trayendo consecuencias negativas en mi relación de pareja, decidí cambiar de médico (por tercera vez), porque ¡NO ES FÁCIL transitar por esta etapa sin ayuda profesional!
Hay un HUECO ENORME en cuanto a personal médico capacitado y empático con el tema. Llevo años escuchando a personas trabajadoras en salud referirse a nosotras (las menopáusicas) como “viejas locas, amargadas”. Y yo, siempre cuidadosa y disciplinada, acompañada por mi psicoterapeuta, sigo trabajando en aprender que llegaste para PRIORIZARME, para abrazarte y crecer como ser humano y como médica, porque por ti, hoy soy más comprensiva, más paciente, más amorosa con mis congéneres. Hoy me siento más fuerte, más saludable y segura. Hoy tengo fe y esperanza en un futuro de independencia y autonomía, donde termine de desarrollar todas mis capacidades intelectuales, emocionales y espirituales; porque la vida NO TERMINA con tu llegada. Por el contrario, hoy sé que en esta etapa de mi vida es cuando puedo tener más armonía y felicidad.
GRACIAS porque me has dado la oportunidad de apreciar más la vida que tengo, de exigirme para hacer cambios en mi estilo de vida que hasta ayer ni soñaba, disfrutando los amaneceres y los atardeceres, porque la madurez no es sinónimo de “ya no sirvo”, al contrario, es la puerta hacia una mejor versión de mí.
Su segura servidora, Anelo
