Texto: Paula Villalba
Ilustración: Alejandro Sol
Desde que empecé a tener sexo, sopesé tanto con deseo feroz como con terror salvaje la idea de la maternidad. Y no exagero. Así de intenso ha sido todo; el mundo entero para mí lo sigue siendo. Puedo decir que, en ese sentido, he llevado una vida bastante coherente.
Mi nombre es Paula. Soy diseñadora, artista y docente, tengo 50 años y escribo desde Uruguay, Montevideo. Soy mamá soltera, vía adopción monoparental, de mi hermoso Lucas, de 7 años de edad.
Somos una pequeña familia desde hace seis años, junto a nuestra perra Chaika. Esperé a mi hijo tres años y 11 meses, mezclando el calvario de los trámites con una despedida de soltera eterna que incluyó viajes, frenesí y profundidad. También la construcción del futuro nido y la mentalización para un cambio de vida radical. Interrumpir el nomadismo y pasar a serlo todo, todo el tiempo, para otro.
Al comienzo del proyecto sentí un gran apoyo, ¡casi un club de fans! Hoy por hoy, nos orbitan familia y amigos pero, como casi todos los humanes en estos momentos, estamos bastante solos.
A ambos nos rige Mercurio en el horóscopo occidental, con diferencia de cuatro días entre ambos cumpleaños. Esto es garantía de diversión, charlas, discusiones y momentos muy dramáticos. Nos salva el mismo sentido del humor y el culto a la felicidad de estar juntos. Los mismos amores a la naturaleza, la comida y la gente. La curiosidad enorme por todo. Y, de nuevo, el capricho, el festejo, el desparpajo y la carcajada.
Lucas trajo en las venas la música, el baile y muchas palabras bellas a la casa. También una negrura espesa que destila una historia de generaciones relegadas al sufrimiento, la violencia y la condena social. Una carga que no le pertenece y con la que luchamos a brazo partido. Sin diagnóstico aún, nos enfrentamos a un caso severo de trastorno de conducta que inhabilita, en parte, su socialización, su capacidad de aprendizaje y deja entre paréntesis el proyecto de autonomía.
Lucas es un antisistema y ha abierto en mí muchos portales. Me ha hecho cuestionarlo todo, es el mayor desafío de mi vida y voy entendiendo, de a poco, un mapa de sentido mayor en toda esta peripecia.
Si la vida hubiera sido otra, hoy tendría cuatro o cinco hijos de tres embarazos que mi naturaleza no pudo sostener. El último de ellos de mellizos. Todos perdidos en los primeros meses.
Fui un árbol talado cada siete años: 1997, 2004 y 2011. De padres distintos, con más o menos amor, pero siempre ligada a la ilusión de gestar y parir. Con listas de nombres que nunca pude poner y proyecciones truncas de las que me costó sobreponerme. El arte me salvó de todo y me regué yo misma cada vez.
Adoptar fue una epifanía del rescate, me reconcilió con el deseo indeleble de criar. Y nos colocó misteriosamente en la misma coordenada, a mi hijo y a mí, la de la posibilidad.
Criar y crear. Y sobre todo creer. Desastres naturales incluidos, la vida es absolutamente hermosa.