Por Angélica Rovira
Ilustraciones y animaciones: Alejandro Sol
Las labores domésticas, como la limpieza, el lavado de ropa o la cocina, son esenciales para el funcionamiento de los hogares. Este es un trabajo que sigue recayendo mayormente en las mujeres, ya sea que lo hagan por sus propias familias o que reciban un pago por realizarlas fuera del propio hogar. En ambos casos, es un esfuerzo invisibilizado y menospreciado, que además acarrea consecuencias físicas y sicológicas importantes.
Roxana Rodríguez, de la Coordinadora Social para la Economía del Cuidado (COSEC) Asociación para el Desarrollo y Autodeterminación de Mujeres Salvadoreñas (AMS), denomina trabajo de cuidados a todas las labores que se realizan en el hogar, y se refiere en principio a quienes lo realizan sin remuneración alguna. «Supuestamente se hace por amor», agrega, y no solamente sostiene a las familias, sino que permite que la vida se reproduzca y continúe, que las sociedades funcionen y los países avancen.
«El trabajo de cuidado, o el trabajo del hogar como lo llaman algunas personas, es fundamental para que existamos», apunta Rodríguez, quien confirma que recae sobre las mujeres la responsabilidad de satisfacer las necesidades domésticas del resto de la familia. En El Salvador, las mujeres dedican un 20.5 % de su tiempo a estos trabajos, casi el triple que los hombres, que solo usan un 7.2 %, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
En cuanto al servicio doméstico remunerado, la situación en cuanto a distribución por género es aún más desigual. Según la Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples, publicada recientemente, en El Salvador un 11 % de las mujeres ocupadas se dedican a labores domésticas remuneradas, pero solo un 1.3 % de los hombres labora en este rubro.
Carmen Urquilla, encargada del programa de justicia laboral y económica de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA), explica que el trabajo de cuidados abarca también actividades de apoyo emocional y afecto, que son condiciones inmateriales pero necesarias para la vida. Esto es ejercido tanto por quienes reciben remuneración como por quienes no. Asimismo, estas extensas jornadas de trabajo, la poca remuneración, sumada a la carga emocional que implica, afecta la salud física de las mujeres que lo realizan. En la mayoría de los casos, las que cuidan no son cuidadas.
¿Cómo son las jornadas de cuidados? ¿Qué exigencias implican? ¿Cómo las sobrellevan las mujeres? A continuación, se presentan las historias de Norma, quien se dedica a labores domésticas remuneradas, y de Isabel, una comerciante que también debe llevar a cabo el trabajo de su hogar.
Norma, de 48 años, inicia su día a las 5:30 de la mañana, cuando comienza a prepararse para ir a su trabajo. A las 6:00 de la mañana debe estar en la casa de sus jefes, donde debe realizar todos los oficios del hogar: hará la compra, cocinará y atenderá las necesidades de una niña de cinco años. Todo esto por $10 el día.
Estas labores, a las que dedica tres días a la semana, permitirán que la familia satisfaga sus necesidades básicas de cuidado sin alterar sus agendas.
La jornada de Isabel comienza todos los días a las 2:30 de la madrugada. Dice que, si no se despierta a esa hora, no alcanza a preparar toda la comida que necesita para vender en su negocio, un puesto de desayunos y almuerzos en el mercado de San Miguel.
Ella es madre soltera y si sus dos hijos mayores están en casa, poco a poco comienzan a despertar y a ayudarle, pero normalmente tiene que hacerlo sola. A las 5:30 debe salir para atender su negocio.
Carmen Urquilla destacó que los cuidados también se vinculan con la condición socio económica. «A una persona que tenga un nivel socioeconómico más alto le es muchos más fácil satisfacer sus necesidades de cuidado porque lo hace a través de pagarle a otra», apunta.
Aunque esta es una solución a la que pocos hogares tienen acceso, los cuidados no son una prioridad de las políticas públicas. Los hogares con diferentes niveles de pobreza enfrentan mayores dificultades para atender sus necesidades de cuidado, mientras quienes tienen más ingresos pueden resolverlo contratando a alguien más.
Las condiciones laborales en este rubro son precarias, y carecen de garantías legales. Muchas veces las jornadas se extienden demasiado, a cambio de salarios pírricos, tal y como se muestra en este reportaje por Alharaca.
Con este trabajo, con jornadas de hasta 13 horas diarias, Isabel ha logrado sacar adelante a sus tres hijos, dos de ellos «ya crecidos», con sus respectivas familias y, el menor, de 16 años, que sueña con ser chef.
Isabel también se hace cargo de todas las tareas en su hogar, al terminar su jornada en el mercado.
Roxana Rodríguez, de la Coordinadora Social para la Economía del Cuidado (COSEC) Asociación para el Desarrollo y Autodeterminación de Mujeres Salvadoreñas (AMS) señaló que el trabajo de los cuidados, pese a ser tan importante para el desarrollo de las familias, ha sido invisibilizado históricamente.
«Al no tener en la mayoría de casos un ingreso monetario por realizar ese trabajo se ha considerado como que no es trabajo», dijo Rodríguez.
Aida Rosales, secretaria general del Sindicato de Mujeres Trabajadoras del Hogar Remuneradas Salvadoreñas (SIMUTHRES), indicó que pocos jefes dan cobertura de seguro médico a las trabajadoras del hogar. De acuerdo con datos de Ormusa, el número de trabajadoras domésticas remuneradas que cotizan al Instituto Salvadoreño de Seguro Social (ISSS) no alcanza las 2 mil personas. Para el año 2021 se registran 1,803 personas trabajadoras de este sector que gozan de seguridad social, 65 menos que en 2020. Además, datos de la CEPAL muestran que un 76 % de las mujeres trabajadoras del hogar no cuentan con cobertura previsional, y en algunos países el porcentaje es superior al 90 %.
Esta falta de cobertura en salud limita las posibilidades de que estas mujeres puedan atenderse por las repercusiones físicas de su trabajo, o que tengan acceso a incapacidades médicas remuneradas en caso de necesitarlas.
Según datos de la CEPAL, el aporte económico del trabajo no remunerado de cuidados equivale a un 20 % del Producto Interno Bruto (PIB) en los países de la región. De este, las mujeres hacen un 70 %.
«Quien cuida asume responsabilidades hacia la otra persona y realiza diferentes tipos de esfuerzos físicos, mentales y emocionales. El cumplimiento de esta responsabilidad crea un vínculo emocional entre quien cuida y quien recibe el cuidado», señala el informe Panorama Social de América Latina 2020, de la CEPAL.
Roxana Rodríguez, de la COSEC, agrega que las consecuencias físicas que ocasiona el trabajo de cuidado son omitidas o se adjudican a otras actividades. «No se vinculan específicamente al esfuerzo físico que las personas están haciendo con los trabajos de cuidados», explicó.
Los dolores musculares y la fatiga son repercusiones físicas recurrentes en las trabajadoras del hogar. Se les suman las alergias por el polvo y los químicos de limpieza que utilizan, indicó Aida Rosales, de SIMUTHRES.
En el caso de Norma, los niveles de estrés, sumados a su trabajo y a las tareas que realiza en su propio hogar, le causaron un dolor intenso y permanente en la espalda baja por casi cinco meses.
Durante la cuarentena estricta en marzo de 2020, por la pandemia del COVID-19, Norma se vio obligada a permanecer en su casa, sin trabajo. En ese momento se cuestionaba constantemente si iba a poder mantener a sus hijos.
Estas dudas crecieron, se transformaron en un miedo intenso por salir y enfermarse. Si algo le pasaba, ¿quién vería por su familia?, pero si no salía y trabajaba pronto, ¿cómo iban a sobrevivir?
Por ello, cuando las restricciones de movilidad se minimizaron, decidió trabajar solamente en una casa, en la que labora actualmente.
Los dolores musculares permanecen, menores a los del inicio, pero permanecen.
Isabel cuenta que padece de dolores musculares, sobre todo en espalda, pies y piernas, pues pasa la mayor parte del día parada.
También está desarrollando dolores en las manos, lo que atribuye a que pasa todo el día en el calor de la cocina y al llegar a su casa lava su ropa, la de su hijo menor y la de su madre.
Dice que no ha visitado a un médico para consultar sobre sus dolores. No tiene tiempo.
Desde hace tres años, sus padres también viven con ella. Al regresar a casa, alrededor de las 3:00 de la tarde, ella se encarga de darles de comer, de ver que su mamá tome su medicamento, y de hacer los trabajos de la casa.
Sus hijos mayores ya no viven con ella, y solo le ayudan cuando están de visita. En cuanto a su hijo menor, ella prefiere que se enfoque en estudiar.
Norma se considera una mujer positiva. Busca que sus malestares físicos no le impidan hacer su trabajo. Cuenta que al dejar escuela asistió a cursos de costura, oficio que no pudo continuar ya que no tiene máquina de coser. Luego, su madre la llevó a una casa para ayudar con los oficios.
Ahora tiene dificultades cuando debe ayudar con sus tareas escolares a la niña que cuida, pues ella no terminó el tercer ciclo.
Isabel quiere darles a sus hijos la educación que ella no pudo tener. Estaba en su primer año de universidad, en la carrera de licenciatura en computación, cuando tuvo a su primer hijo. Esto la llevó a buscar un oficio y dejar los estudios, para poder mantener a su familia.
Su madre, quien en ese momento tenía una carnicería en el mercado, le ayudó a instalar su negocio, con el que ahora ella mantiene a su familia.
Al terminar su jornada, de entre 7 y 9 horas, Norma regresa a su propia casa, a atender a su familia. Su hora de ir a la cama varía, porque depende de los pendientes que tenga en su hogar.
Al final del día, Isabel termina tan cansada, que se queda dormida al instante. Se acuesta a las 9:00 de la noche y duerme unas cinco horas, para comenzar nuevamente al día siguiente.