Derechos de las mujeres

Julia Gavarrete: «Las mujeres periodistas debemos enfrentar una barrera doble»

Julia Gavarrete es la primera mujer salvadoreña en ganar el premio Ortega y Gasset, un galardón que se entrega cada año a los mejores trabajos periodísticos en español o portugués. En esta entrevista, conversa sobre su carrera y sobre los retos de ser mujer periodista en El Salvador.

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Julia Gavarrete es la primera mujer salvadoreña en ganar el premio Ortega y Gasset. Con 21 años de edad, comenzó en el oficio como parte de la sección política del Diario El Mundo. Durante cinco años se dedicó al periodismo de día a día y, a partir de 2016 y ya como freelance, se especializó más en el periodismo de investigación.

En 2016 comenzó a hacer trabajos colaborativos con algunos medios extranjeros, cubriendo temáticas diversas, como migración, violencia de género, corrupción, derechos humanos. En el 2019, participó como periodista investigadora en el proyecto colaborativo de Alharaca con Revista Factum Madres asesinas: un cuento del Estado. Desde enero de 2021 es parte del periódico digital El Faro, pero sus trabajos han sido publicados también en medios internacionales como Univisión Noticias, The Intercept, USA Today, y NACLA, entre otros.

El Premio Ortega y Gasset es un galardón que se entrega cada año a los mejores trabajos periodísticos en español o portugués. Fue instituido en 1984 por el diario español El País, en homenaje al filósofo José Ortega y Gasset, y se ha convertido en uno de los premios más prestigiosos del periodismo en lengua española.



Sos la primera mujer salvadoreña en ganar un Ortega y Gasset, ¿cómo te sentís?  


Es tan grande la emoción de saber que he sido reconocida con un Ortega y Gasset que me es imposible describirla. Me siento feliz por tener el honor de ser la primera mujer periodista salvadoreña que lo alcanza y agradecida por tener la oportunidad de contarle al mundo historias desde este país; historias que ejemplifican un contexto muy concreto de lo que ocurre, historias que muchas veces no vemos, pero que están ahí. Creo que saber que alguien más vio en una historia como esta la importancia que representa que en este momento sea contada, es lo que me llena de mayor satisfacción.  


¿Qué te llevó a decidir convertirte en periodista? 


Las circunstancias, quizás. De pequeña agarraba la cámara de video de mi papá y jugaba a grabarme mientras caminaba en la calle de uno que otro pueblo que solíamos visitar con mi familia y tomaba fotos con cámaras desechables de lo que tuviera frente a mí. No tenía claro que eso era periodismo, pero me gustaba. Me llamaba la atención contar historias, creo que por la fascinación que generaba mi abuelo materno cuando se ponía a compartir relatos de su vida, y que nunca sabré si eran reales o si se los inventaba. Pero de ahí solo dejé que mi corazón me guiara. Así terminé en la universidad estudiando Comunicación Social, pero no fue hasta que estuve metida en un medio de comunicación impreso, por pasantías que me asignaron hacer en la sección política, que me dije: «Esto me gusta».  Me metí con la idea romántica de cambiar el mundo; pero, aunque creo que desde el periodismo podemos de darle vuelta a las cosas que caminan mal, hoy busco que mis historias y mi trabajo lleguen donde tienen que llegar. 


¿Qué te marcó más durante el proceso de elaboración de la investigación con la que ganaste el premio? 

Lo que más me marcó fue el proceso de cómo tratar el trauma de quienes protagonizan la historia. Ya antes había trabajado con víctimas de otro tipo de violencias, pero nunca había convivido por tanto tiempo como para llegar a un punto en donde tuve que pensar muchas veces cómo responder. Ver a personas romperse en llanto, expresar todo el sufrimiento que han vivido y que nunca han podido tratar me llevó incluso a consultar con psicólogos de confianza si mi papel lo estaba realizando correctamente. Si algo tenía claro es que debía evitar revictimizarles, pero también tenía que hacer preguntas en algún momento y muchas veces esos momentos dejaron de ser una entrevista formal y se convirtieron en silencios largos porque era difícil que pudieran expresar su sentir sin descomponerse. El proceso fue duro, porque mi trabajo no terminaba cuando dejaba de verles. Fue un seguimiento continuo de constante comunicación que me permitiera entrar en sus vidas sin asfixiarles.  


¿Cómo es hacer periodismo en El Salvador, siendo mujer y especializándote en el periodismo de investigación? 


Hay muchos riesgos que se corren: es desgastante, porque la maquinaria de ataque es muy fuerte, hay que manejarse con muchísimo cuidado, sobre todo, si consideramos que en El Salvador se ha espiado a periodistas y esto afecta e impacta aún más cuando se es mujer porque la vulnerabilidad en la que estamos es aún mayor. Todo esto es lo que genera mucha presión, tanto para hacer bien nuestro trabajo, de calidad y con la rigurosidad que este oficio exige, como porque debemos demostrar que, aun cuando existen estos riesgos, somos capaces como mujeres de cubrir temáticas que muchas veces son asignadas a hombres. Es como una doble barrera la que muchas veces debemos enfrentar.  


¿Qué mensaje le das a las jóvenes que inician en el periodismo o que están pensando dedicarse a esto? 


Si yo tuviera la oportunidad de darle un consejo a mi yo del pasado, que en algún momento le hicieron dudar de si estaba hecha o no para hacer periodismo, le diría que crea en sus ideas, en lo que sueña, y que las defienda. Por más que alguien se ría en tu cara o minimice tus ideas, vos sos consciente de quién sos y debés estar siempre segura de lo que hacés. Eso es lo que hoy quiero transmitirles a otras jóvenes periodistas que comienzan en este camino. El periodismo me ha enseñado que debo anteponer mis convicciones y defender lo que éticamente creo correcto. Hay que creer más en una y darle valor a nuestro trabajo, sobre todo, cuando este está basado en compromisos que adquirimos con las personas que nos permiten contar sus historias. 

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