Derechos de las mujeres

Marisol Galindo: «Las mujeres no solo luchamos en la guerra, también construimos la paz»

Alba Marisol Galindo, de 75 años, es una figura clave en la historia reciente de El Salvador. Participó activamente en la guerrilla durante el conflicto armado (1979-1992), lo que la convirtió en una referente en temas de paz, memoria histórica y derechos de las mujeres.

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Marisol Galindo es una veterana del conflicto armado. En mayo de 2019, junto con otras excombatientes, fundaron la Asociación de Mujeres Veteranas de la Guerra. Foto: Kellys Portillo.

A lo largo de su vida, ha desempeñado roles cruciales tanto en la lucha armada como en la vida civil. En mayo de 2019, participó en la fundación de la Asociación de Mujeres Veteranas de la Guerra, una de las dos organizaciones que visibilizan y defienden los derechos de las excombatientes salvadoreñas. 

La asociación surge como respuesta a la falta de representación de las veteranas en espacios dominados por hombres y a la ausencia de garantías gubernamentales para atender sus necesidades específicas, como salud, pensiones y reconocimiento político. 

En esta entrevista con Alharaca, realizada en el marco de los 33 años de la firma de los Acuerdos de Paz, reflexiona sobre el rol de las mujeres en la guerrilla, los desafíos de la reintegración y la lucha por construir una sociedad más justa desde una perspectiva feminista. 

¿Qué la motivó a integrarse a las filas de la guerrilla durante el conflicto armado?  

La coyuntura histórica que vivía el país había una efervescencia política y, por otro lado, mi propia vida también jugó un papel importante: tuve la oportunidad de convivir en la zona rural gracias a mi madre, quien trabajaba como maestra en esas comunidades. Eso me permitió conocer de cerca la realidad de las comunidades rurales y comprender las injusticias, la explotación y la miseria en las que vivían. 

Cuando era adolescente y empecé a estudiar bachillerato en colegios católicos dirigidos por monjas. Ellas, desde la Iglesia Católica, eran muy conscientes de las injusticias, la falta de oportunidades y necesidades. Esa sensibilidad combinada con mi entorno influyó para que tomara un camino de participación. Al principio, me involucré en las luchas de distintos sectores, como los estudiantes y las cooperativas campesinas. Más adelante, estudié Trabajo Social, lo que me acercó aún más a las cooperativas, los sindicatos y otras organizaciones que hoy en día se dice de “sociedad civil”. 

Todas esas condiciones me hicieron tomar conciencia de la situación. Cuando comencé a participar en estas actividades, tenía 21 años. Asistía a marchas, manifestaciones y a algunas actividades organizadas por los sindicatos. Sin embargo, no formaba parte de ninguno de los frentes políticos existentes en ese momento, hasta que cumplí 25 años, ya había terminado de estudiar y tenía a mi primer hijo. 

¿Cómo fue ser mamá durante la guerra civil? 

Para ese entonces, ya tenía tres hijos: dos hijos y una hija. La situación fue extremadamente difícil, porque una guerra no es compatible con criar niños. Desde finales de 1980, mis hijos quedaron al cuidado de mis familiares. La menor de ellos nació a finales de 1979, y solo pude tenerla conmigo durante 11 días. Mi madre se encargó de su crianza, al igual que de uno de mis hijos varones. Mi hijo mayor, en cambio, fue criado por mi hermana. 

Recientemente, un proyecto impulsado por la Colectiva Feminista culminó en un libro titulado “Maternidades Interrumpidas”. Este trabajo aborda específicamente el caso de las mujeres que éramos madres y lo que significó dejar a nuestros hijos e hijas para seguir participando en la guerra. 

El libro fue lanzado a finales del año pasado y se profundiza sobre las experiencias de alrededor de 68 madres guerrilleras que compartimos nuestros testimonios, vivencias y los retos tanto para nosotras, como mujeres que tuvimos que dejar a nuestros hijos e hijas, como las voces de nuestras hijas, quienes reflexionan sobre lo que significó crecer, en algunos casos, creyendo que sus madres eran otras personas. 

¿Cuál era su rol principal dentro de la guerrilla y cómo influyó en su perspectiva de la lucha? 

Como yo ya venía participando en la parte abierta y política del movimiento, continué trabajando en esa misma área, centrándome en la labor política y organizativa con el pueblo y las organizaciones populares. Otros compañeros y compañeras optaron por involucrarse en el ámbito militar, pero ese no fue mi caso. Yo pertenecía a lo que se llamaba el frente de masas. Primero estuve en una organización llamada FAPU (Frente de Acción Popular Unificada) y, más tarde, en las Ligas Populares 28 de febrero. 

¿En qué consistía estar al frente de masas? 

Organizaba reuniones con diferentes sectores, formando colectivos y visitando grupos de estudiantes, campesinos, sindicalistas y comunidades religiosas, tanto católicas como bautistas. También promovíamos círculos de estudio donde reflexionábamos sobre la realidad nacional. Realizábamos publicaciones semanales para informar y generar conciencia, lo que complementábamos con actividades como manifestaciones, distribución de volantes, pintas en las calles y pequeños mítines. En estos, con un megáfono, denunciábamos las situaciones de injusticia y las problemáticas políticas del momento. Estas actividades las realizábamos principalmente en San Salvador, pero también visitábamos otros municipios como Suchitoto, San Vicente, Santa Ana y Aguilares. 

¿Qué responsabilidades asumió durante las negociaciones de los Acuerdos de Paz? 

Desde 1975, cuando me incorporé, hasta 1992 estuve activa durante 17 años. Lo que he narrado hasta ahora corresponde principalmente al primer quinquenio, entre 1975 y 1980. A partir de 1980 mi rol cambió, dejé de estar en San Salvador y atravesé dos períodos distintos de actividades. En el primero, fui enviada al extranjero para trabajar en la organización de campañas de solidaridad internacional con la lucha revolucionaria en El Salvador. Para ese momento, ya existía el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) como frente guerrillero, distinto del FMLN partido político que surgió después de los Acuerdos de Paz. Después de pasar un par de años en el exterior, regresé a El Salvador casi al final de 1983 y fui asignada a un frente de guerra en Morazán. Los frentes de guerra ocupaban gran parte del territorio nacional. Únicamente en Sonsonate y Ahuachapán no había zonas ocupadas por la guerrilla. 

Durante la etapa de negociación, no formé parte de la mesa; esa tarea recayó en otros compañeros y compañeras. Mientras que las negociaciones se desarrollaban en el extranjero, mi papel seguía siendo político: me dedicaba a comunicar y explicar a las fuerzas guerrilleras lo que estaba ocurriendo en las negociaciones. Esto era crucial, ya que no podía haber un acuerdo al margen de las fuerzas militares y políticas del FMLN dentro del país.   

Cuando estuvo fuera del país, ¿a qué países se movió usted? 

El FMLN guerrillero tenía bases importantes, una en México, que funcionaba como una sede central, y otra en Managua, Nicaragua. Durante ese tiempo, viajamos por todo el mundo: Europa, África, Asia y América del Sur. El objetivo principal era promover la solidaridad internacional con la lucha del pueblo salvadoreño y con el FMLN, buscando apoyo para nuestra causa. 

¿Cómo fue su experiencia como mujer en un entorno predominantemente masculino, tanto en el frente de batalla como en las mesas de negociación? 

Este es un tema que se está discutiendo mucho hoy en día, y es importante entender su contexto histórico. Durante la lucha en la que estábamos involucradas, la plataforma política del movimiento no incluía un solo planteamiento específico sobre los derechos de las mujeres. La lucha era completamente social y política, pero dirigida a la sociedad en general, al pueblo, sin mención alguna sobre los derechos de las mujeres. 

Esto tiene que ver con varias razones, y una de ellas es que, por ejemplo, ni siquiera existía la ONU Mujeres. En esa época, en nuestra sociedad, el tema de los derechos de las mujeres o la liberación femenina no era una cuestión planteada, mucho menos las luchas feministas. Mientras que en sociedades más desarrolladas podría ser un tema en discusión, nuestra sociedad era principalmente machista y ni siquiera contaba con un capitalismo plenamente desarrollado. No existía ese enfoque en la agenda política. Esto da una idea de lo difícil que era plantear ese tipo de demandas. 

 
Muchas mujeres participaron activamente durante el conflicto, ya sea como combatientes o desde las comunidades, ¿cómo describiría el impacto colectivo de las mujeres en la búsqueda de la paz? 

Es importante señalar que, durante la guerra, las mujeres desempeñaban roles muy tradicionales, casi siempre al margen de la vida pública, y mucho más aún de la política. Participar en política era completamente rechazado para las mujeres. Así que las que decidimos involucrarnos en la lucha política y guerrillera éramos vistas como totalmente ajenas a la realidad social de ese tiempo.  

No todas las mujeres que estuvimos en el FMLN desempeñamos el rol de combatientes. Ser combatiente era una función específica. Al final de la guerra, éramos cerca de 4 mil mujeres alzadas en armas luchando junto a nuestros compañeros. 

Se habla mucho de lo difícil que es para las mujeres ganar espacios en estructuras de poder dominadas por hombres. Aunque algunas logramos ser dirigentes y participar en los organismos de mayor toma de decisiones de nuestras organizaciones, siempre fue dentro de un sistema colectivo donde las decisiones se basaban en un nivel de autoridad compartido. Las mujeres participábamos en esos debates y decisiones, pero principalmente desde una perspectiva política general. 

¿Considera que el rol de las mujeres fue suficientemente reconocido en los Acuerdos de Paz? 

La respuesta es no, pero hay que matizarlo. Las reivindicaciones por las que luchábamos no incluían aspectos de género. Treinta años después, nos preguntamos si la plataforma política reconocía las reivindicaciones específicas de las mujeres, y la respuesta sigue siendo no, ni siquiera el Acuerdo de Paz lo hizo.  

A lo largo de los años, las veteranas nos organizamos para asumir y participar en este aspecto, ya que las organizaciones de veteranos de guerra, mixtas, no mencionaban la existencia de mujeres veteranas. Nos dimos cuenta de que las necesidades de las excombatientes, especialmente las mujeres, no estaban siendo atendidas en estas organizaciones.  

Las mujeres enfrentamos la realidad de construir una paz después de un acuerdo, porque una cosa es firmar un acuerdo de paz y otra cosa es construir una sociedad de paz. 

La apertura política que permitió el Acuerdo de Paz facilitó la creación del movimiento feminista, y muchas mujeres excombatientes entendieron rápidamente que debían luchar por lo que no se había luchado durante la guerra: los derechos de las mujeres. Así nacieron organizaciones como Las Dignas y Las Mélidas, junto con el Movimiento Salvadoreño de Mujeres y otras agrupaciones que surgieron alrededor de 1987-1988. 

El movimiento feminista comenzó a crecer, pero pasó mucho tiempo antes de que las mujeres que estuvimos en la guerra entendiéramos que debíamos reivindicar nuestra participación. Eso fue lo que hicimos al crear las asociaciones de mujeres veteranas de guerra. Ahora, estamos reflexionando sobre nuestras experiencias y tratando de dejar claro, de la manera más adecuada posible, que, aunque no negamos las dificultades que enfrentamos, también reconocemos los espacios que ganamos. 

Desde su perspectiva, ¿qué tan cerca estuvieron las mujeres de alcanzar sus ideales con la firma de los Acuerdos de Paz? 

Estaba bastante satisfecha con el Acuerdo de Paz, pero como mujer dirigente también tenía una visión muy patriarcal. La conciencia de que nos faltaba, casi la otra mitad surgió con el tiempo: la necesidad de reducir lo más posible​ el patriarcado. No creo que se desaparezca plenamente y de una sola vez; es más bien una lucha constante, en la que hay que ir avanzando centímetro a centímetro, pulgada por pulgada, ganando derechos y estableciendo nuevos patrones culturales en la sociedad. Para mí, lo más difícil es cambiar esos patrones. Ahora entiendo que había un gran vacío, pero es una omisión por desconocimiento. 

¿Qué fue lo más difícil de dejar atrás al finalizar la guerra? 

Durante la guerra, vivíamos como una comunidad. Todo era colectivo: las decisiones, el funcionamiento, la vida era en colectivo. Era como si estuviéramos practicando para lo que considerábamos el ideal de una sociedad. 

Tras la firma de los acuerdos, tuvimos que volver a la realidad. Comenzó un proceso llamado “reinserción a la vida civil y productiva”. Hablar con un excombatiente o una compañera que vivió esa transición, se entiende lo difícil que fue salir de esa realidad colectiva, de los campamentos y refugios, una comunidad construida y regresar al sistema capitalista. La mayoría de los desmovilizados eran jóvenes, muchos con 17 o 18 años, y los más viejos teníamos entre 20 y 35 años. A esas edades, nos tocó empezar a construir una nueva vida. Las personas salieron de la guerra a buscar su vida de manera individual. Durante los primeros 10 años después de la guerra fue doloroso, porque la gente luchaba por reconstruir su vida. 

¿Cómo percibe el cumplimiento de los Acuerdos de Paz en la actualidad? 

Desde el poder en este país se niega el Acuerdo de Paz y se niega la guerra. Incluso se llega a decir algo tan absurdo como que ambos bandos estuvieron de acuerdo y que todo lo que vivió nuestro pueblo fue un teatro. Es decir, “pongámonos de acuerdo para hacer una guerra, destruyamos el país, hagamos que desaparezcan miles de personas —que todavía siguen desaparecidas— y que haya más de 75.000 víctimas”. Afirmar que fue algo acordado, es un absurdo. 

Sobre este tema tengo una reflexión: es diferente decir que, después de 30 años, una sociedad deba revisar lo que se decía en ese entonces sobre el camino a seguir, la tarea a cumplir. Se podría decir: “Mire, el Acuerdo de Paz ha quedado obsoleto, algunas cosas no se cumplieron, veamos cuál es la situación”. Eso sería posible si en el país existiera un ámbito político de diálogo y de negociación de la sociedad. 

Pero lo que ha existido, desde el momento de la guerra hasta ahora, es una polarización que dio como resultado el régimen actual. Este régimen niega todo, dice “borrón y cuenta nueva”, y asegura que lo que se hizo no sirvió de nada y que todo debe cambiar, incluso la Constitución. 

¿Cree que el ideal de justicia e igualdad que inspiraba a las mujeres combatientes sigue vigente? 

Sí. En las asociaciones de mujeres veteranas, cuando nos reunimos y nos reactivamos en la deuda política, la organización, el debate y la construcción, seguimos reafirmando que todo el contingente de mujeres hizo un gran aporte a este país y que aún es posible encauzar para que continúe contribuyendo. Tenemos claro que ahora nuestro rol no es el mismo de antes, cuando estábamos en la primera fila. Ahora, son otras generaciones las que tienen la responsabilidad de ser creativas y encontrar las formas de incidir en los cambios necesarios. 

Quisiera que me pudiera nombrar ¿en cuáles asociaciones de veteranas está activ​a​? 

Hay dos asociaciones de veteranas de guerra. De la que yo soy parte se llama Asociación de Veteranas de la Guerra Civil de El Salvador; la otra se llama Asociación Nacional de Veteranas. Hemos hecho una alianza, que se llama «Juntas Veteranas». Hay otras asociaciones de mujeres que están en los territorios que fueron escenario de la guerra, por ejemplo: Guarjila, Paisnal y Santa Marta, donde hay núcleos de mujeres que también se han incorporado. Ellas tienen sus propias organizaciones que son más que todo de Desarrollo Comunitario, pero convergemos todas en ese espacio que llamamos: Juntas Veteranas. 

Unas 400 mujeres estamos entre las dos asociaciones. Luego están estas otras asociaciones que se unen a nuestras actividades a nuestras agendas y nosotros a las de ellas. Quienes nos han apoyado mucho para hacer esta alianza es la Colectiva Feminista, que también es parte integrante de Juntas Veteranas, aunque ellas no son veteranas, pero sí consideran que como colectiva de mujeres y su lucha, fueron impactadas y somos un antecedente. 

La Asociación de Mujeres Veteranas de Guerra nació en mayo de 2019. Entiendo que la otra tiene 5 años. Y la alianza, Juntas Veteranas, tiene 2 años.  

¿Cómo se organizan las veteranas en la actualidad para hacer valer sus derechos? 

Primero organizadas, y segundo, trabajando en generar planteamientos. En el caso de las veteranas y veteranos de guerra, existe una ley que nos otorga derechos. El reto ahora es lograr que esos derechos se cumplan, porque, lamentablemente, no se están cumpliendo. 

¿Cuáles son esos derechos que están defendiendo? 

La ley establece que los y las veteranas tenemos derecho a una pensión, la cual está determinada por un monto específico, pero solo se nos está dando una tercera parte de esa cantidad. Hay otra serie de derechos estipulados en la ley que tampoco se están cumpliendo. Como veteranos y veteranas, la mayoría somos personas adultas mayores, lo que implica una serie de desafíos relacionados con la salud, discapacidades asociadas a la edad y dificultades para acceder a espacios laborales. El hecho de haber dedicado entre 15 y 20 años a la lucha, esa experiencia no nos ha dejado en las mejores condiciones para enfrentar la última etapa de nuestra vida, especialmente sin una seguridad social adecuada. 

¿Qué legado cree que dejó el conflicto armado y los Acuerdos de Paz para las mujeres salvadoreñas? 

Dejaron un país en el que, al plantearse la democracia y los derechos democráticos, surgieron las organizaciones feministas, y se fueron construyendo leyes. El Salvador cuenta con leyes muy poderosas que abren el camino hacia la igualdad y las oportunidades para las mujeres. El problema es que, actualmente, estas leyes están engavetadas.  

Esto significa que, si las mujeres no se organizan, si las nuevas generaciones no salen a la calle a exigir que se cumplan esas leyes, seguirán sin implementarse o incluso las derogarán, como ya está ocurriendo con otras leyes que eran beneficiosas para la sociedad. Es un llamado a las nuevas generaciones para que asuman la lucha. 

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