Derechos de las mujeres

Las niñas futbolistas de Usulután y el partido perdido

En diciembre de 2007, cinco niñas de un cantón de Usulután demostraron que el fútbol no tiene género: cuestionaron las reglas implícitas que las excluían para participar en el torneo navideño de “futbolito macho”. Fue su primera victoria, no solo en la cancha, sino contra los prejuicios de quienes no creían que podían estar allí. Esa experiencia, tan significativa en su momento, sigue siendo un recordatorio para Juli, quien ahora suma 26 años de que la pasión y el coraje son las mejores herramientas para cambiar los roles y estereotipos basados en género.

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Este cómic y esta crónica son resultado de la Mediatón, el primer laboratorio de innovación periodística de Alharaca.

Verán, cuando tenía como 8 años, las fechas no eran importantes para mí. Recuerdo esa época por las cosas que me interesaban: era Navidad, estaba de vacaciones y hacía mucho frío. En la radio sonaban Kudai, Allison y Panda, mientras las personas adultas se preguntaban qué pasaba con la juventud y qué significa ser emo. Yo no prestaba atención a esas discusiones; tenía cosas más importantes, como obsesionarme con el fútbol y admirar a los Galácticos del Madrid.

El fútbol era una parte esencial de mi vida. Toda mi familia era futbolera, especialmente mi mamá, fanática hueso duro del Real Madrid y del Firpo, equipos de los que me contagió su amor. En Usulután, ser hincha del Luis Ángel Firpo era casi inevitable, a pesar de las decepciones que eso conllevaba. Éramos tan fanáticas que, cuando tenía 5 años, me dio una infección de oídos por los gritos en un partido, probablemente una final de Firpo.

Por nuestro amor al fútbol, solíamos salir a ver partidos en los cantones cercanos, en una canchita polvorienta. Equipos de otros municipios de Usulután llegaban a jugar, y los encuentros, la verdad, se ponían muy buenos.

Recuerdo que era diciembre porque, en nuestra colonia, las fiestas navideñas se vivían como si fueran patronales. Todas las vecinas y vecinos, incluida mi mamá, se esforzaban decorando y organizando las actividades.

Mi mamá formaba parte de la directiva de la Asociación de Desarrollo Comunal, conocida como ADESCO. Un día llegó con la noticia: “Mary, van a volver a hacer el torneo navideño de futbolito macho”.

Probablemente se pregunten: ¿Qué es el futbolito macho? ¿En qué se diferencia del fútbol que conocemos? Pues, no mucho, excepto que solo los niños podían participar. Además, como regla tácita, permitía un juego más rudo y agresivo. Sin embargo, eso no nos intimidaba, ya que en la colonia jugábamos en la plazuela todas las tardes, niños y niñas juntos. No formábamos equipos separados; jugábamos en conjunto, y todas las personas en la colonia nos veían porque la plazuela estaba justo en la entrada. Pero bueno…

Siempre he sido competitiva, así que no iba a quedarme quieta viendo cómo los niños jugaban. Fui a hablar con mis amigas: Meli, Lupi, Gessell y mi hermana. Todas querían jugar (y jugaban bien, por cierto), pero cuando llegó el momento de hablar con el organizador, Miche, los ánimos flaquearon. Intentaron aparentar que no les importaba tanto.

Para darles contexto, Michel no era una persona particularmente agradable. Era tosco y pesado, y hablar con él siempre resultaba complicado.  Sin embargo, yo no le tenía miedo, así que fui a hablar con él, sola. 

En realidad, más que hablar, fui a confrontarlo: ¿por qué no nos dejaban formar un equipo si jugábamos todos los días?. Él se quedó pensando;  parecía que no quería ceder, pero tampoco quería ignorarme. Al final, dijo: “Vaya, pero las voy a meter en los equipos que ya están formados”. En ese momento, le pedí la lista para ver los equipos, y aunque no recuerdo todos, el mío se llamaba Los Tiburones.

Regresé a contarles a mis amigas, y su falso acto, de indiferencia se derrumbó; estaban súper emocionadas por poder jugar. Los niños con los que íbamos a competir también reaccionaron bien, no emocionados, pero para ellos era normal jugar con nosotras. Curiosamente, quienes más reaccionaron fueron los adultos, como Michel, u otros vecinos y vecinas, que decían que nos iban a tratar duro y cuchicheaban (aunque lo escuchábamos claramente) sobre nosotras: que si éramos marimachas, lesbianas, y qué se yo. Éramos niñas, y aunque no tenía resuelta mi sexualidad, estos comentarios me hicieron cuestionarme cosas. Reflexionando ahora, no hubiera querido que fuera de esa forma. Esos comentarios también llegaban a mi mamá y al resto de la vecindad. Por eso, aunque mi mamá intentó evitar que hablaran de mí y prefería que no jugara el torneo, nunca me lo prohibió.

Marcador: patriarcado 0

Los días pasaban, y el torneo se acercaba cada vez más. Como mencioné antes, estas fiestas eran importantes para la colonia, y todas las vecinas y vecinos se esforzaban al máximo.

Con mi mami, por ejemplo, nos desvelamos hasta después de la medianoche cortando bolsas para guirnaldas, que luego se colgarían en todos los pasajes como decoración.  Además de eso, se organizaban más eventos: torneos, carreras de bicicletas y otras actividades para promover la recreación, especialmente de niños y niñas. No había  recursos para mandar a hacer uniformes, pero esta vez se entregarían premios y medallas. Incluso, venían bandas de institutos a tocar. Como mencioné, era todo un evento. 

La noche antes del torneo estaba súper nerviosa y apenas  pude dormir. Al día siguiente, además del cansancio, ayudé a mi mami a preparar su venta de yuca frita y sancochada, un gran trabajo porque lo hacíamos en cocina de leña. Nerviosa y cansada, me fui a la cancha. Los equipos eran pequeños, eran 5 contra 5. El tiempo pasó volando, y antes de darme cuenta, ya habíamos jugado los primeros partidos. Ganamos y pasamos la final. 

Como había tiempo entre los partidos, regresé a mi casa para prepararme para la gran final. Ya estaba anocheciendo, así que me arreglé y, de camino a la plazuela, pasé por la casa de mi abuela, que tenía un palo de mangos. Al intentar recoger un mango del suelo, tropecé y me golpeé con el alambre de púas, lo que me dejó un rayón bien largo en el brazo.

Me fui otra vez a la casa a ponerme un poco de crema y limpiarme la herida. Mi mamá  me vio y dijo: “¿No será una señal para que no jugués?”

Ignoré sus supersticiones y volví a la cancha. Con el rayón y todo, jugué la final. Comenzamos a jugar, y todo bien, aunque seguía nerviosa. Uno de mis rivales era un niño al que llamábamos “Pinito”, por ser fuerte. Era un jugador muy bueno, y yo evitaba enfrentarlo porque no me gustaba perder. Sin embargo, en ese partido tuve que marcarlo. No sé si no fue tan severo conmigo, si yo era más fuerte de lo que creía o si simplemente tuve suerte, pero en una jugada, sin intención, lo derribé. Incluso yo me sorprendí. Él no lo tomó personal y siguió jugando. El partido terminó, y, aunque no ganamos, nos dieron medallas, a mis demás amigas y a mí por nuestra participación:  haber marcado hagoles y jugado realmente bien.

Recibimos medallas, pero la verdadera recompensa llegó después: en los años siguientes, los torneos comenzaron a incluir a las niñas en las convocatorias. También, disfrutamos y nos lucimos en algo que nos apasionaba tanto como jugar fútbol, sin importar los comentarios de los vecinos. 

En fin, así fue como un grupo de niñas logró anotarle un par de goles al patriarcado. 🙂 

*“Mary”, la protagonista del cómic, representa a todas las niñas que participaron en ese torneo. Este cómic y crónica nace desde mis recuerdos de ese torneo que fue tan especial para mí, Juli.

Esta historia la cuenta la Juli de hoy, pero también la Juli de 8 años, que aparece a la izquierda en esta fotografía.

Créditos:

Ilustración y guion: Julissa Lissette

Ilustración digitalizada: Alejandro Sol

Crónica escrita por Marcela Benítez, basada en conversaciones y entrevistas a Julissa Lissette. 

Edición: Metzi Rosales Martel

Mentoría: Ana Karenina y Mónica Quesada

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