Por Rosa Emilia / Miradas Moradas
A inicios de los 90, Nicaragua era una especie de almácigo de organizaciones, las semillas del movimiento feminista también estaban creciendo y apuntando en la búsqueda de la autonomía. Para 1992 se realizó el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. Unos años después (1996) se constituye legalmente el Colectivo 8 de marzo, organización que cambió la vida de miles de mujeres, Martha, es una de ellas.
Su infancia se vio marcada por su abuela de crianza, una mujer que pertenecía a las Femeninas Liberales, un grupo de mujeres organizadas que Martha recuerda, andaban con Somoza de arriba para abajo, “andábamos invitando a la gente a las reuniones y eso a mí me encantaba. Yo comencé el activismo desde ahí”, dice.
A los 20 años decide casarse porque necesitaba salir de su casa de crianza, y se muda a Estelí, donde vivió seis años, luego regresa a Managua y retoma sus estudios graduándose de estadista en la Universidad Politécnica de Nicaragua, durante un corto periodo, trabaja para el Ministerio de Salud y luego, decide poner su propio negocio: una venta de ropa.
En el 94 escucha por primera vez de las organizaciones feministas, y desde entonces su vida y la de sus tres hijos ha estado cubierta por la cobija del feminismo. Para entonces Martha Flores tenía 30 años, estaba casada y ya habían nacido dos de sus tres hijos. Su esposo era un hombre violento; había maltrato verbal y control de parte de él, así que cuando una vecina la invitó a ir a una “reunión de mujeres”, ella agarró su canasta, y le dijo a su esposo que iba a vender.
«Esa canasta me cambió la vida, era mi boleto para salir de la casa. En ese tiempo yo tenía una tiendita, compraba ropa y todas las tardes agarraba la canasta y me iba a regar ropa, me decían la Martha vende ropa. Me gustó la reunión desde un inicio, hablábamos del cuerpo, recuerdo que andaban en una obra de teatro sobre la regla, era un monólogo, te hablaba primero de tu cuerpo», relata.
El Colectivo de Mujeres 8 de marzo cogía fuerza en Managua, había 25 activistas de distintos barrios. Su misión: invitar a más mujeres a las reuniones para que conocieran sobre el feminismo. Martha comienza a trabajar en el Colectivo y a capacitarse en distintos temas, así que de recepcionista pasó rápidamente a ser asesora, luego capacitadora y facilitadora.
Para entonces ya era una mujer empoderada, seguía casada, pero su esposo cambió, ahora vivía bajo sus términos, unos en que tenían cero tolerancia a cualquier forma de violencia. Muchas de las ideas con las que creció se habían deconstruido en Martha, ya había culminado su máster en género, y ahora su prioridad era ayudar a otras mujeres a salir del círculo de la violencia.
“Me acuerdo, estaban naciendo varios colectivos, uno de ellos era Mujer y comunidad de San Francisco Libre. Cuando eso pasa, yo sentía la necesidad de decirles a las mujeres, ¿qué querés?, ¿qué tenés?… Escucharlas, las dejaba que hablaran y que decidieran. Después estuve atendiendo parejas, haciéndoles acuerdos de pensión. Para la inauguración de la Comisaría de la Mujer del Distrito VI, que era la segunda comisaría a nivel nacional, ese 25 de noviembre entregamos diplomas a todas las mujeres que iban a estar en los barrios; ese día nos anuncian la muerte de la Silvia Carrasco (q.e.p.d) y pasé a capacitación con la Magaly. ¿Cuál era la tarea? Talonear en los barrios a las mujeres, organizarlas”, cuenta.
La eficiencia de Martha le permitió organizar 60 grupos de mujeres en 30 barrios, con las que se reunía para hablar de distintos temas, desde cáncer de mama, pensión alimenticia hasta aborto. “Teníamos una capacidad de convocatoria inmensa, grandísima. Sacábamos gente, llenábamos los buses, recuerdo que los 15 años del colectivo hicimos una marcha lindísima, luego comenzamos a hacer los festivales, con las comparsas y eso arrastró a la chavalada, era alegrísimo”.
Así nacen las Católicas en Nicaragua
Son pasadas las 6 de la tarde de un domingo. La entrevista para Miradas Moradas la estamos haciendo en un café. Martha me advierte que no es buena recordando fechas, pero sí detalles de los momentos claves como por ejemplo cuando nacieron las CDD.
“Un 8 de marzo lo celebramos en Esquipulas, ahí tuve una charla con más de 100 personas y fue inmensa. Luego de esa marcha Magaly se salió del colectivo, renunció y luego yo renuncié, entonces comenzamos a darles unas charlas de espiritualidad a las mujeres todos los sábados, llevábamos a la Michell Najils, la María López, Blanca Cortés, Yeta Ramírez, las llevábamos a ese encuentro de oración que le llamábamos, era como una misa, llevaban pan, la Magaly llevaba el vino, las otras llevan fritos, tortillas, ese grupo se formó durante el periodo que estaba la discusión por la penalización del aborto (2006)”, asegura Martha.
La Red Latinoamericana y del Caribe de Católicas por el Derecho a Decidir es una coalición regional que promueve derechos sexuales y reproductivos, la despenalización del aborto, la equidad de género y la eliminación de la discriminación de género, desde una perspectiva religiosa y feminista. Fundada en Uruguay en 1987, ahora opera en 10 países de América Latina.
Bajo la dirección de Magaly Quintana (q.e.p.d) muy pronto fueron parte de la red Latinoamérica de CDD. “Hacíamos plantones, las marchas, los 7 de diciembre y los días de Santo Domingo íbamos a repartir estampillas. Todas esas cosas eran las que yo estaba haciendo, después Magaly me dijo que hiciéramos los grupos de jóvenes y más tarde comenzamos el trabajo del monitoreo de los femicidios, cuenta Martha.
Hablemos del observatorio. ¿Cómo iniciaron el trabajo?
Martha Flores: Magaly lo iba haciendo todo desde el 2010, solita ella. Cada inicio de mes yo tenía que enviar todos esos correos, eran como 50 mil correos, pasábamos cinco días para mandárselo a todo el mundo. Los datos ella lo recopilaba sola, los primeros datos eran a través de los periódicos y los medios de comunicación, ella me contaba el caso y entre las dos analizábamos cuando era un femicidio que trataban de ocultar. En 2012 nace el observatorio voces, que muestra las cifras de los femicidios en el país para visibilizar la violencia hacia las mujeres, en un contexto donde se acababa de aprobar la Ley 779, Ley Integral contra la violencia hacia las mujeres en Nicaragua.
Para vos, ¿cómo fue esa transición del activismo en los barrios a los femicidios?
Martha Flores: Me dio una cosa como de querer escuchar más a esas mujeres (madres de mujeres asesinadas), porque dentro de esas historias comienzan a salir los huérfanos y cuando hacemos el estudio le digo a la Magaly ‘¿qué hacemos?’. Me dice: ‘¡Ay Martha, pero es que nosotras no somos gobierno!’ Entonces ahí descubrimos que el acompañamiento legal y sicológicos eran necesarios para las familias de víctimas de femicidio. El Observatorio era la forma de darle voz a las víctimas.
Desde el 2017, hemos ayudado alrededor de 50 madres, y aproximadamente unos 60 huérfanos y huérfanas (2017-2021). Con la pandemia se detuvieron muchas cosas, pero todavía logramos que varios colectivos nos dieran tarjetas para llevarles provisiones para las mamás, también conseguimos un proyecto para capacitar a 15 chavalas adolescentes y jóvenes (huérfanos) y darles un dinero para que montaran un emprendimiento.
¿Qué es lo que más te gusta de trabajar con los grupos de apoyo?
Martha Flores: Ellas son insolentes, insolentísimas y si las vieras bailar, eso te da vida. A mí me encanta reunirme con ellas, siento que nos necesitamos mutuamente. Cuando la Magaly muere me quedó un dolor inmenso, y sentí que ellas me ayudaron. Para el cumpleaños de la Magaly, el grupo de madres vinieron a verme, trajeron un queque (pastel) y ellas me prometieron y prometieron por el alma de la Magaly que no me dejarían sola, fue muy emotivo para mí. El año pasado tuvimos una despedida, en el mar, la Magaly decía que a las mujeres había que llevarlas a lugares diferentes. Como te decía, son 50 mujeres y las de Estelí, muchas eran tímidas. Había un caso en particular, con un femicidio que fue extremadamente violento, cuando comenzamos a trabajar con esa señora, no levantaba cabeza y la vieras ahora, qué chistosa.
El contexto de Nicaragua es complejo, ¿cómo haces activismo ahora?
Martha: En primer lugar, asesoro a las mujeres, el reconocimiento ha sido que ellas saben y sienten que les voy a dar algo. Y si es con los femicidios, cuando tengo oportunidad, voy donde la familia, incluso he tenido rechazos porque la situación política no me da puerta abierta para meterme. Tenemos un grupo de familias víctimas con la que estamos trabajando bastante y muchas de esas mujeres también hacen activismo, nosotras les decimos corresponsal-activista.
¿Cuáles son los riesgos que estás enfrentando?
Martha: La desconfianza. Voy a visitar a un familiar y creen que sos de un bando o de otro (político), y hay desconfianza. La red sigue funcionando, pero con un activismo por debajera y eso es un riesgo, aunque para mí el riesgo más grande es esa desconfianza de la gente. Yo hice un trabajo lindo en los barrios con las mujeres y ellas me reconocen, creo que la situación de la violencia a donde estemos, las mujeres tienen conciencia.
Yo me tengo que cuidar. Yo estoy trabajando porque yo nací en esto, porque para mí el feminismo es volver a nacer y yo nací con esto, con pago o sin pago voy a seguir. Esta es la semilla que se sembró, que sembramos cada una y estamos funcionando, trabajando, germinando, porque si no la violencia sería peor. Me autocuido evitando hablar de política, no le hablo a nadie de política, mucho menos a las mujeres con las que estamos trabajando, para tener un marco de respeto. Trato de no confrontar a nadie.
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Saturnina Rivera es la madre de una mujer víctima de feminicidio que trabaja con Martha y comparte sobre su trabajo: «El trabajo de ella ha sido excelentísimo con las mujeres, hemos trabajado sábado, domingo, no nos ha importado la hora, ni la lluvia, ni nada. Ella ha sido una gran mujer que tiene mucha humanidad, porque de nada sirve ser profesional si no tenés humanismo; recuerdo que las primeras reuniones de las católicas las hacíamos donde la Magaly, luego comenzaron alquilar y así hemos andado rodando por todos lados».
Ramona Rocha, madre de una mujer asesinada en Managua, opina: «Lo que ha hecho la Marthita es una gran labor, porque cuando me mataron a mi hija yo hasta la corría, porque no sabía, pero ella llegaba, insistía hasta que nos hizo organizamos y vea, ha hecho una gran labor con los niños que quedaron huérfanos. Para el Covid, no sé cómo hacía, pero ella nos daba una tarjeta para que fuéramos a Palí (supermercado), ella nos ha llevado a muchos lados. Ahora nos hacen mucha falta esas reuniones porque cada vez que íbamos nos daban terapia sicológica, de todo, ese día que salimos gozosas».