Mirna ha vivido siempre en el cantón Cuevitas, en el municipio de Metapán. Se dedica al trabajo del hogar y en ocasiones sale a pescar con su esposo. Durante los últimos 10 años, se ha convertido en una de las principales personas encargadas del monitoreo de la calidad del agua en el lago de Güija. La mayoría del tiempo realiza estas actividades sola, pero a veces le ayudan otras mujeres o su compañero de vida. Mirna afirma que tiene una conexión con las aguas del lago y por ello busca protegerlo y crear conciencia en su comunidad sobre su importancia.
«Una vez capturé a estos animalitos y me los llevé a la escuela que está aquí cerca. Le pedí permiso al profesor para que me diera chance de darle una pequeña charla a los niños sobre el lago, su importancia y cómo podemos cuidarlo. Ellos me hacían muchas preguntas», cuenta Mirna, mientras lucha por introducir un insecto en un pequeño recipiente. Ver la variedad de insectos que proliferan en el lago es la base de una de las técnicas con las que vigila la calidad del agua.
Las mujeres que habitan en la zona, como Mirna, son quienes hacen el monitoreo constante de las aguas del Güija. En 2009, la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES) realizó una investigación participativa que permitió integrar a las comunidades aledañas a una red de monitoreos ecológicos que supervisa constantemente la calidad del lago.
Los procesos los supervisa Cidia Cortez, bióloga de AMAES, involucrada en el monitoreo desde que se realizó la investigación. Cidia explica que la iniciativa también ha servido para concientizar a las comunidades aledañas sobre la importancia del lago de Güija.
Todos los días, alrededor de las siete de la mañana, Mirna se dirige a las orillas del lago para iniciar la búsqueda de los insectos acuáticos que le permitirán medir la contaminación del agua. Lleva consigo un colador para capturar a diversos macroinvertebrados, o como ella suele llamarlos a manera de chiste, los «quebrados».
A la búsqueda se une Gladis, quien lleva más de cinco años monitoreando el lago. Con una pinza coloca cuidadosamente los insectos en un depósito, tratando de no dañarlos. Estos serán examinados posteriormente.
Mirna y Gladis han recibido talleres que les han permitido aprender sobre temas ambientales, y las afectaciones que proyectos extractivistas como la minería metálica tienen sobre las mujeres, la salud pública y el deterioro de los territorios. De acuerdo con Cidia, las mujeres han liderado estas iniciativas ambientalistas y han mostrado más interés por cuidar este recurso hídrico.
«Particularmente las mujeres tienen un vínculo muy fuerte con el agua. Son ellas las que entran al lago para ‘curilear’ (sacar curiles, moluscos) o a pescar. También los hombres, pero ellas tienen establecido ese vínculo», dice Cidia, mientras revisa la temperatura y el PH del agua.
El monitoreo finaliza cuando han capturado una cantidad considerable de insectos. Luego se trasladan a la casa de Mirna, donde tienen el microscopio y la guía taxonómica con la que clasifican a cada insecto que sirve como indicador biológico para determinar la calidad del agua.
Para realizar estos monitoreos no requieren de equipos científicos complicados. Un colador, una guía taxonómica, papel para medir PH y pinzas son los instrumentos sustanciales para el protocolo.
Durante estos procedimientos, las mujeres del cantón Cuevitas han registrado que los índices de PH del lago superan el nivel normal establecido, de entre 6.5 a 8.5, que deben tener las aguas dulces.
Los datos obtenidos a partir de los monitoreos han mostrado que la calidad de agua encontrada en la región del Trifinio, desde la parte alta del río San José, hasta la parte baja donde se encuentran el lago de Guija, río Ostúa, Cuxmapa y Guayojo oscila entre regular, regular pobre y muy pobre. Según AMAES, esto indica que persiste una contaminación orgánica de moderada a fuerte, y a muy severa.
A pesar de los datos obtenidos, las comunidades aledañas al lago continúan con la pesca y la búsqueda de curiles, ya que estas son su principal fuente de ingresos económicos.
Un tesoro descuidado
El lago de Güija lo comparten los departamentos de Santa Ana, en El Salvador, y Jutiapa, en Guatemala. Ubicado del lado salvadoreño, en la zona del municipio de Metapán, fue declarado sitio Ramsar en 2010. Esta categoría proviene de la Convención Relativa a los humedales de Importancia Internacional, especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas, en la que se emitió el Convenio de Ramsar, y que entró en vigor en 1975. Se atribuye a cuerpos de agua con importancia internacional debido a su riqueza biológica y al funcionamiento de sus ecosistemas.
Pese a ello, el Güija recibe descargas de aguas residuales, desechos domésticos de las comunidades aledañas, y orgánicos, de la agricultura y criaderos de peces. También ha sido contaminado por metales pesados provenientes de proyectos mineros instalados en el territorio guatemalteco desde hace años, según han denunciado entidades como el Centro de Investigaciones sobre la Inversión y Comercio (Ceicom).
También lo confirmó el estudio «Evaluación de elementos tóxicos en el lago de Güija y sus afluentes ríos Angue, Ostúa y Cusmapa«, publicado en 2021 por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN): en el agua del lago se ha encontrado plomo, arsénico, níquel, boro y cadmio, entre otros metales pesados y metaloides de alto nivel de toxicidad para personas y animales.
Las mujeres han aprendido y aplican varias técnicas. La primera es el monitoreo con macroinvertebrados, un grupo de animales cuya observación permite saber los niveles de contaminación en ríos y esteros, y los efectos de la actividad humana en ellos. Las mujeres entran al agua para recolectar insectos acuáticos y, con el apoyo de microscopios o lupas, los comparan con una guía taxonómica ilustrada para clasificarlos.
El tipo de insectos que encuentran es un indicador de la calidad del agua. Algunos de ellos solo pueden encontrarse si esta está suficientemente limpia, mientras que otros abundan cuando hay contaminación. Este tipo de monitoreo es relativamente simple, económico, y pueden realizarlo las comunidades.
Las defensoras del lago también han aprendido a hacer mediciones del PH —la acidez o la alcalinidad— y la temperatura del agua, echando mano de unos papeles especiales que cambian de color según qué tan ácido o alcalino está el líquido. Lo ideal es que se encuentre en niveles neutros.
Con todos estos insumos, determinan si la calidad del agua es buena o mala. De acuerdo con Cidia, la bióloga de AMAES, el propósito del monitoreo es verificar los impactos ambientales provocados por la contaminación. Así, han logrado sensibilizar a las comunidades, pues estas conocen de primera mano el estado de deterioro del agua y las condiciones de vida de los peces que representan una fuente de alimento y un sustento económico para los pobladores.
Cuidando el lago
Actualmente, el lago de Güija se encuentra amenazado por la ejecución de proyectos mineros transfronterizos que ponen en riesgo la seguridad hídrica de El Salvador, como la mina Cerro Blanco. En el país existe una Ley de Prohibición de Minería Metálica, no hay garantías que los desechos pesados de minerías instaladas en otros países no contaminen sus aguas.