Opinión

Hablemos de acoso sexual universitario

La sociedad salvadoreña ha normalizado el acoso sexual en todos los ámbitos, incluyendo en las instituciones educativas. Las universidades, que deberían ser espacios seguros de formación para jóvenes, se convierten en otro lugar más donde personas con poder acosan a niñas y mujeres. La periodista Metzi Rosales Martel habla en esta columna sobre el fenómeno y nos insta a atender a sus sobrevivientes y a demandar espacios educativos libres de violencia.

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No recuerdo cuándo fue la primera vez que me acosaron sexualmente, pero sí recuerdo la última: fue en la universidad. Un colega, un hombre mucho mayor que yo, constantemente, me hacía comentarios sobre mi cuerpo y mi vestimenta. Me abrazaba y me daba un beso en la frente, tan salivoso que me asqueaba y me hacía incomodar. No lo hacía solo conmigo, su comportamiento era igual con otras colegas y con las alumnas. Con algunas, sus comentarios escalaban al punto de la vulgaridad, es decir de las expresiones verbales de violencia contra la mujer. Un día intentó arreglarme el escote de la blusa y le detuve la mano. Nos forcejeamos y me dijo: «Sos una indiezuela». Esto sucedió ante la presencia de otra colega, en la oficina donde ambas teníamos nuestros escritorios. Desde esa vez, dejé de dirigirle la palabra y tuve que darle explicaciones a otras colegas sobre esto porque él fue a contar una versión en la cual él solo intentaba hacerme un favor y yo reaccioné mal.

Cuando eso sucedió, aún no se había aprobado la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las mujeres (LEIV), pero el acoso sexual ya figuraba como delito en el artículo 165 del Código penal que entró en vigencia en 1998. Pero yo no lo sabía, aunque ya lo había experimentado desde que era una niña en la calle, en el autobús, en mi casa, en el vecindario donde crecí, en el colegio donde estudié, en algunos lugares donde trabajé e incluso por amigos y por las fuentes masculinas que me ha tocado entrevistar. 

Hay suficientes informes y data que dan cuenta de que no estamos seguras en ningún lugar y que estamos expuestas a que nos acosen desde que somos niñas e incluso cuando llegamos a ser adultas mayores. 

Esto nos pasa a todas. En un informe de 2018, publicado por la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos e Internews, el 100 % de las periodistas entrevistadas respondió que ha sufrido expresiones de acoso sexual de sus fuentes. El 96.15 % ha sido acosada sexualmente al interior de su trabajo. Es decir, en el medio donde trabaja, por sus colegas y por sus jefes. 

El acoso sexual, a veces, se presenta de formas tan sutiles que no comprendés por qué el instructor de una materia universitaria te mira de esa forma, y te sentís confundida y te preguntas si es algo que solo sucede en tu cabeza, pero te incomoda. Y alcanza su punto álgido cuando en una tutoría, él desliza sobre el escritorio las preguntas del segundo parcial de esa materia y solo te mira. No sabés cómo reaccionar, te petrificás, querés huir, sabes que esa acción no está bien y te da más miedo pensar qué espera tu instructor a cambio de ese parcial. Solo hay silencio y angustia. Te da miedo contárselo a alguien porque es bastante probable que te culpabilicen a ti. Has crecido escuchando que no te vistas así, que no seas amigable, que no te rías o sonrías con los hombres porque te van a faltar el respeto y vos vas a tener la culpa por ser confianduza o por darles tanta confianza. Y aunque no es tu culpa, te han enseñado, casi a diario, todo lo contrario.

El acoso sexual está tan normalizado y es tan común que ha llevado años poder nombrarlo, reconocerlo y hablar de él sin sentir culpa y sin sentirnos responsables por ser acosadas. Por años, el acoso sexual ha sido justificado bajo la idea, errada, de que es una forma de enamorar o de que son piropos o formas en las que los hombres reconocen atributos de las mujeres o expresan su cariño. En Costa Rica y Francia, los piropos ya son considerados un delito en legislaciones especiales que reconocen el acoso sexual callejero y sus distintas formas de manifestarse.

Nadie tiene derecho a hacerte comentarios sobre tu forma de vestir, tu forma de ser, sobre cómo te miras. Nadie tiene derecho a hacerte chistes o comentarios sexuales. Nadie tiene derecho a tocarte la mano, el cabello, a acariciarte la espalda o a tocarte una pierna como expresión de cariño. Es un delito que a cambio de pasar una materia o de no aplazarla te exijan un beso, tocarte o sostener una relación sexual. 

Pedirte un beso o que tengas una relación sexual a cambio de una nota es un delito que escala al acoso sexual: es violación sexual.

Cuando me pidieron dar esta charla, como parte de la gira «La mejor defensa contra la violencia basada en género», decidí hablar de violencia sexual, específicamente del acoso sexual en las universidades, porque es importante reconocer que existe, que es un delito y que guardar silencio o no hacer nada nos convierte en cómplices . Y porque no podemos seguir bajo un régimen de protección a los acosadores sexuales en las universidades. Decidí hablar de acoso sexual, con énfasis en las universidades, porque debemos evitar que continúe y debemos convertir los recintos educativos en espacios seguros y libres de violencia para las mujeres y para todas las personas. Todo espacio, ya sea público o privado debe ser un lugar seguro para cada una de nosotras y para cada persona, independientemente de su género, orientación sexual, expresión e identidad de género. 

Los cambios culturales relacionados con el respeto, defensa y garantía de los derechos de las mujeres requieren de acciones drásticas para desnormalizar la violencia hacia nosotras. Como tuiteó una estudiante universitaria en agosto de 2019, «es tiempo de exponer» a los acosadores y agresores sexuales. De nombrarles tal cual. 

A raíz del relato de su vivencia, surgió una lista con nombres de hombres estudiantes y exestudiantes universitarios, profesores de dos universidades privadas y de la estatal, de periodistas, fotógrafos, músicos, poetas, locutores de radio, abogados, entre otros, a quienes señalaron por violencia sexual, física, emocional y psicológica. También por acoso y manipulación.

En Alharaca, la revista feminista para la cual colaboro, decidimos publicar un análisis sobre esta acción. Pueden encontrarlo bajo el título de El despertar. 

Las historias de acoso sexual, que he leído en redes sociales, en informes, investigaciones, artículos periodísticos y que he escuchado de familiares, amigas, colegas, estudiantes y entrevistadas, lastimosamente son frecuentes. Ocurren a diario. Cada dos horas para ser exacta. De 2015 a 2020, la Fiscalía General de la República recibió 34 mil 650 denuncias de mujeres por violencia sexual. Un promedio de 5,775 denuncias por año.

De acuerdo con la Mesa Interuniversitaria de Mujeres (MIM), durante el 2018 se registraron 70 casos de acoso sexual en universidades del Área Metropolitana de San Salvador. Estos 70 casos no debieron ocurrir. Estos 70 casos de acoso sexual en universidades representan una cifra negra porque no todas las mujeres que estudian o trabajan en los campus universitarios denuncian a los acosadores. No lo hacen por temor. y cuando lo hacen, suelen encontrarse con respuestas que normalizan el acoso sexual, que las tildan de exageradas y que las revictimizan. O les piden que demuestren que fueron acosadas sexualmente.

Antes del 2019 y que surgiera esta lista, en el 2018 se hizo público el caso de un docente de la universidad estatal que acosaba sexualmente y había agredido físicamente a una estudiante. También se hizo público el caso de un vigilante de esa misma universidad que violó a una menor de edad. 

Estos casos de violencia en ese campus universitario, impulsaron en 2019 la modificación al artículo 21 de la LEIV para que las universidades tengan protocolos y rutas de atención a estudiantes, víctimas de acoso sexual en las universidades.

Como respuesta, la Red de Mujeres Líderes de las Instituciones de Educación Superior de El Salvador, por sus siglas «Redlies», en un esfuerzo de establecer estrategias orientadas a la detección, prevención y concientización de toda forma de violencia contra las mujeres en las instituciones de educación superior, presentó la propuesta final de protocolo de actuación para la prevención y detección de violencia contra la mujer basada en su género dentro de las instituciones de educación superior. 

Como agentes de cambio en derechos humanos, todas las personas tenemos una misión. En mi caso, la he asumido desde el ejercicio del periodismo, la docencia y como asesora de monografías. En una monografía, los egresados diseñaron el protocolo y material gráfico informativo para la prevención y atención en casos de discriminación y violencia contra las mujeres en la Universidad Dr. José Matías Delgado, basado en la LEIV. 

Otro equipo de tesistas diseñó el protocolo y campaña para la prevención de todo tipo de violencia al interior de la Universidad Dr. José Matías Delgado para promover la cultura de paz. He incorporado la violencia contra las mujeres y disidencias sexuales en el temario a abordarse en estas monografías y en las cátedras que he tenido a cargo durante los últimos cuatro años. 

Las historias no dejan de sorprenderme, de causarme rabia y frustración. De provocarme dolor e impotencia. No quisiera que ninguna niña, adolescente, joven o mujer sea acosada sexualmente. Encuentro un poco de tranquilidad cuando las y los universitarios aprenden a identificar que esa situación que experimentaron o vieron es acoso sexual y la reconocen como delito. 

Nunca olvidaré cuando una alumna, dos días después de haber hablado sobre acoso sexual durante una clase, se acercó a mí para contarme que nos ha acosado sexualmente el mismo docente. Ella estaba apenada. Me explicó que evitaba coincidir con él porque en más de una ocasión le ha hecho comentarios sexuales delante de otras personas. Que ella solo le sonreía, pero se sentía humillada porque sus compañeros y compañeras le decían: «No le hagas caso, él es así».

Como ejercicio de cátedra y de catarsis, les pedí escribir sus experiencias de acoso sexual. Aún conservo los más de 40 relatos que ya forman parte de una investigación periodística de largo aliento sobre el acoso sexual universitario y que van sumando nuevas historias a partir de las entrevistas que he ido realizado y de las investigaciones que continúan haciendo colegas feministas en la universidad estatal.

A raíz de esto, comencé a hablar del acoso sexual con mi sobrino y mi sobrina. En las dos universidades donde estudian han experimentado el acoso sexual. Lo conversamos para dejar claro que es un delito, que es necesario hablarlo y atenderlo y si se quiere denunciarlo.

Tenemos que hablar del acoso sexual, a diario, hasta que dejemos de normalizarlo y empecemos a nombrarlo como un delito. Hasta que las autoridades universitarias, personal docente y administrativo y estudiantado cambiemos la forma de relacionarnos y respetemos a cada persona. Debemos evitar la reproducción de esta cultura violenta. 

El 24 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación, y es una buena fecha para recordar que merecemos espacios educativos libres de violencia contra las mujeres y todas las personas.

Debemos hacerlo cada día y atender con empatía a las sobrevivientes de acoso sexual y de todo tipo de violencia. No debemos culpabilizarlas ni revictimizarlas. Debemos hacerle ver a los hombres que eso que hacen es acoso sexual, un delito. No debemos permitir que exista un caso más. Ni una más.

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