Nunca sé cuánto peso. Tanteo la ropa cuando me visto y miro por acá y por allá, me cuesta más subirme el pantalón, lo noto ceñido en partes de mi cuerpo donde antes me quedaba flojo, y así me doy cuenta de que otra vez subí de peso.
Hay muchas condiciones por las que las personas, y particularmente las mujeres, subimos y bajamos de peso constantemente. Desde cambios hormonales que ocurren en el ciclo menstrual, condiciones médicas hasta la depresión, la ansiedad o simplemente la edad, nuestros cuerpos cambian y esto hace que ese diálogo con nuestra imagen sea más y más difícil. Aunque se escuche tonto, es difícil pelearte con un pantalón. Es molesto el comentario incómodo de una abuela o una tía sobre como “estás más gordita”.
Y a pesar de que es un tema diferente, también es incómodo que te pregunten qué te pasó, por qué perdiste peso tan rápido. Estás rodeada de miradas que parecen acusarte de algo malo. Nuestros cuerpos están sujetos a un (injusto e innecesario) escrutinio. Es como si representáramos perpetuamente esa escena de Mean Girls donde todas se miran en el espejo buscando defectos.
Durante años yo me miraba en el espejo y tenía miedo por la incertidumbre. En una semana podía verme muy diferente. También esto me llevó en algún punto a tener una relación poco saludable con la comida y, sobre todo, con mi cuerpo. Y, como he crecido con muchas mujeres a mi alrededor, yo sé que mi experiencia no es la única y que este pleito con el cuerpo casi parece un rito a pasar en la vida de las mujeres.
Ahora intento hacer las paces conmigo misma, porque me di cuenta de que, peleando con mi cuerpo, pase lo que pase, yo llevaba las de perder.
Y yo no quería seguir perdiendo.
Todavía siento desconcierto hacia mi cuerpo a veces, como si no fuera mío. Es una imagen que cambia, que a veces no sé reconocer. Trato de no participar de esa crítica que me enseñaron que las mujeres tenemos que hacerle a nuestros cuerpos. Me trato con amor (aunque no siempre sé como). He aprendido que no tengo que verme de determinada manera para merecer ser o existir, ni para recibir amor y respeto.
Me siento fuerte con un arsenal de pantalones más flojos y cómodos en diferentes tallas, para adecuarlos a lo que mi cuerpo necesite. Si algo me incomoda, ya no lo uso. Cultivar la noción de que la ropa es la que debe adaptarse a mi cuerpo —y no viceversa— me ha ayudado mucho. El resto de ideas: la negatividad, el perfeccionismo, la extrañeza en un cuerpo en cambio constante, dentro de lo que puedo, trato de trabajarlo.
Mi cuerpo ha cambiado, como lo hizo desde que dejé de ser una niña y cuando dejé de ser una adolescente. Incluso ahora mi figura no es la misma que cuando tenía 20 años. Son cosas que pasan y que no nos hacen menos, son cosas que van a seguir pasando. Crecer y cambiar no es perder atractivo, es transformarse. Y aún si lo fuera, ¿por qué es un pecado imperdonable no ser atractiva? No hay una checklist de lo que nuestro cuerpo tiene que aparentar para ser digno de ser amado y respetado.