Opinión

«La hija oscura» y lo ominoso de la maternidad

Basada en la novela de la aclamada Elena Ferrante, la película debut de Maggie Gyllenhaal como directora, "La hija oscura", nos confronta con la oscuridad de convertirse en madre. Lauri García Dueñas, escritora, periodista y madre, nos comparte su reseña de esta película que retrata con honestidad las ataduras de la maternidad.

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Olivia Colman como Leda en La hija oscura. Foto: Netflix

Esta publicación contiene información sobre la trama de «La hija oscura».


«La hija oscura» (Estados Unidos, 2021), dirigida por Maggie Gyllenhaal, basada en la novela de Elena Ferrante y con la magistral actuación de Olivia Colman, nos puso, por fin, en una pantalla, la angustia, lo ominoso y lo terrible que puede ser la maternidad. 

Lejos de la fantasía del personaje de Charlotte York («Sex and the City»), que pierde medianamente la paciencia un día, haciendo cupcakes antes de que llegue la niñera; esta cinta desciende a lo verdaderamente terrible que puede ser convertirse en madre, perder los límites del propio cuerpo y ser presa de la demanda insaciable de los infantes.

El personaje de Leda no es estereotipo sino arquetipo. Su historia se parece más al viaje que emprende Ulises atravesando el reino de Hades que a cualquier película que romantice el rol impuesto de ser madre y, así como él, atraviesa la desesperación y opta por la huida: sí, porque Leda un día se cansó de todo, dejó a sus hijas, y se fue tras su deseo y su trabajo académico. Sus dos niñas quedaron bajo el cuidado de su exesposo y su madre, la cual sabemos, por uno de los diálogos, no fue una buena cuidadora para la propia Leda. 

Pero Leda estaba harta, las niñas la seguían (obviamente, hasta al baño) y le exigían todo el día, mientras su compañero sí podía salir y seguir siendo académico hasta que, de pronto, una de sus investigaciones en literatura comparada le dan notoriedad en un congreso y la ponen frente a un hombre inteligente que la admira, al contrario de su esposo que no podía mantener una erección ni era corresponsable en la crianza.

Recuerdo a una maestra que me dijo que se divorció porque no podía compartir su vida con un hombre que se la vivía sólo viendo televisión…

Años después, Leda recuerda el abandono de tres años a sus hijas y explica lo complejo de las relaciones madre-hijas con la analogía bellísima de una cáscara de naranja. Frente al mar, ella conoce a Nina (una bellísima Dakota Johnson) quien también está abrumada por la demanda de atención y cuidados de su hija, tiene un amante y una relación compleja con su pareja. Ese encuentro remueve el deseo y la pulsión de muerte. 

Haciendo uso de un fetiche infantil (una muñeca), contemplamos la compleja vida de Leda, sus bordes no idílicos, su condición humana, todo de la mano de un guión inquietante, un casting preciso y una fotografía exquisita (Hélène Louvart).

Lejos del moralismo facilón de Hollywood; Gyllenhaal y Ferrante le regalan a la cultura popular del streaming una pieza oscura como el nombre de la película, telúrica, que nos hace vernos reflejadas a las madres en todo aquello que seríamos incapaces de confesar a la primera conversación.

Para mí, las escenas más importantes son las que muestran que cuidar a las hijas o hijos en los momentos de soledad puede ser insoportable e infernal, tanto que, como me dijo una vez una amiga «yo quería salir corriendo los primeros tres meses de mi hijo y no volver a ver atrás». Muchas nos quedamos y no estamos dispuestas a abandonar a las criaturas, pero eso no implica que hayamos dejado atrás el dolor psíquico y el cansancio físico. La película nos deja claro que la cordura es antítesis a la maternidad.

Leda volvió con sus hijas porque las extrañaba. «Soy egoísta», reconoce, quería estar con ellas, verlas crecer. A pesar de la sombra de la maternidad, existen los resquicios de luz, la belleza que regalan con frenesí las niñas y niños. No dejemos solas a las madres, como dejaron sola a Leda. Para que no tengan que huir y puedan seguir siendo mujeres libres y con deseos, más allá del rol impuesto.

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