Opinión

Le deseo preguntas, don Sergio

Carta abierta a Sergio Pineda López, dueño de Florenzi S.A. de C.V., quien ha desaparecido de la vista pública, dejando sin trabajo, sin fuente de ingresos y sin oportunidades laborales a más de 200 mujeres y hombres que trabajaron por más de 20 años en su maquila.

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Me pregunto qué cosas soñará usted, don Sergio. De manera literal, claro, al dormir. Pero también de manera figurativa. ¿Con qué se ilusiona? ¿Dónde se ve usted en dos, tres, cuatro años? Me pregunto, si allá en Estados Unidos, donde algunas periodistas y activistas por los derechos humanos hemos descubierto de forma detectivesca que usted vive —haciendo la tarea que debería de haber hecho este gobierno que lo protege, por supuesto—, ha encontrado algún potente fármaco que lo ayude a sentirse bien. 

Siempre me he preguntado cómo le hacen las personas como usted. O cómo le hacen los coroneles que en la guerra dieron órdenes para torturar y asesinar a miles de personas. También me pregunto, preocupada, si yo, a menor escala, he sido como ustedes. Verá, es una maña mía de querer tallarme los zapatos de medio mundo. Hasta los de los tiranos. Solo así logro entender bien. Pero con usted me cuesta, créame que me cuesta, y por eso me imagino y me pregunto tantas cosas.

Me pregunto si usted ya es cristiano, o budista, o vegano. Si ya escribió su primer libro de autoayuda. Si practica mindfulness y sale a trotar por las mañanas a algún parque de esos que abundan en las metrópolis de las grandes ciudades gringas. Si lo han galardonado más de alguna vez por haber coordinado algún proyecto de responsabilidad social empresarial, como limpiar los residuos de plástico y basura de algún lago. Si ha comprado cursos en Doméstika o ha pensado en sacar en línea su maestría en gestión empresarial. Si su psiquiatra lo hipnotiza; o si algún bot de inteligencia artificial, que compró como app para su iPhone, lo guía cada mañana por medio de ejercicios de Programación Neurolingüística, para dejar malos hábitos como comer mucho pan o comerse las uñas. Si ha pensado en hacerse coach. Si cotiza en la bolsa de valores. 

Me pregunto si, cuando aborda el metro, la persona que va sentada a su lado se imagina que, en un país al sur del suyo, en Centroamérica, un grupo de mujeres, exempleadas de la maquila propiedad de su padre, Roberto Pineda, y suya, han tomado la amarga decisión de levantar una huelga de hambre. Una huelga para exigirle a usted y al Estado que les pague por haberlas dejado en total abandono luego de haber trabajado 25 años para generarle a usted, don Sergio, las ganancias suficientes como para permitirle viajar en ese metro. 

Me pregunto si no ha visto en las noticias imágenes de las instalaciones de su maquila abandonada en El Salvador, ocupada por una treintena de mujeres que reclaman, con todo el derecho, que esa maquila es de ellas. Me pregunto si se dibuja una sonrisa picaresca en su rostro cuando recuerda que a esas mismas mujeres les ofreció, a cambio de un pasivo laboral de 7 mil dólares, una máquina de coser devaluada que no cuesta más de $75. O si sentirá vergüenza. 

Me pregunto si, cuando va a ver a su otorrinolaringólogo al hospital, el personal médico utiliza gabachas Grey’s Anatomy; esas que confeccionaban las empleadas de Florenzi y por las que su padre les pagaba a ellas cinco centavos para luego dejar que una marca extranjera las vendiera a treinta dólares por internet. Me pregunto si usted tiene seguro médico privado. Si ya se contagió de COVID-19. Me pregunto si recuerda el nombre de alguna de las operarias o supervisoras de Florenzi, que ahora tienen graves problemas de salud porque su empresa les dejó de pagar el seguro social sin avisarles y sin compensarles nada.

Me pregunto si tiene a alguien a quien abrazar. Me pregunto si usted ama algo o a alguien. Me pregunto si su padre lo obligó a hacerse cargo del negocio familiar. Me pregunto cuáles serán sus conflictos más íntimos. 

Más importante aún: me pregunto si usted se pregunta. ¿Se lo habrán enseñado? Su padre, cuando iban los domingos a los clubes de golf a relajarse del estresante trajín de la semana, ¿le enseñó que las personas, por salud mental, social y civilizatoria, debemos de preguntarnos y cuestionarnos muchas cosas?

Prefiero ya no imaginar más. Pero le deseo preguntas, don Sergio. Y respuestas difíciles. Al menos eso. Para que entienda, al menos un poquito, por qué sus exempleadas le han respondido así. Sus exempleadas se preguntan, todo el tiempo, por cierto. Se preguntan quién es usted, de todas las formas posibles. Por qué usted puede estar bien y ellas deben de estar así de mal. 

Don Sergio, creo que el sentido de las vidas de estas mujeres es mucho más rico y universal que el que sea que usted busca en otra parte. Regrese. Dé la cara, al menos. Tenga esa decencia. Espero que se esté preguntando por qué no regresa. ¿Tiene miedo? Las exempleadas de Florenzi lo tuvieron, pero ya no más. Regrese, haga lo correcto. De todas formas, no tiene nada que perder, porque esa maquila ya no es suya.

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