Opinión

Querida niña, querido niño que fui en la guerra: así nos cambió la paz

Miles de personas vivieron el conflicto armado salvadoreño cuando eran niñas y niños. Las balas atravesaron sus hogares, y les obligó a refugiarse en otros países. Fueron testigos de la violencia pero también del cambio después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1992. Hoy algunos recuerdan las vivencias de la guerra y cuentan a su niña o niño qué cambió en sus vidas y en el país después del proceso de paz.

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A 31 años de la firma de la paz, el discurso oficial insiste en invisibilizar y hasta minimizar el significado de los acuerdos que marcaron el fin al conflicto armado. Pero su legado es innegable, especialmente cuando se pregunta a quienes sufrieron el conflicto en carne propia.

El fin de la guerra cambió las vidas de la niñez y adolescencia salvadoreñas que nacieron y crecieron entre balas, bombas, o que tuvieron que huir con sus familias para salvar sus vidas, y reconfiguró su camino hacia la vida adulta.

¿Qué quisieran estas personas, ahora adultas, decirle a esos niños y esas niñas sobre la paz que pronto alcanzaría su país? ¿Cómo cambió sus vidas? Eso le preguntamos a salvadoreñas y salvadoreños que vivieron en diferentes contextos el conflicto armado salvadoreño: en la capital, en el exilio cubano o en los campamentos de personas refugiadas del lado hondureño de la frontera.


Mesa Grande, Honduras, 1987. Vilma (primera de la segunda fila, de brazos cruzados) a los 5 años junto a su familia, en el campamento de personas refugiadas donde vivía.

«Tenía nueve años, estaba a punto de cumplir diez cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. A esa niña, yo le diría que ya no tendrá dolores en su estómago, porque ya no habrán balaceras ni bombardeos. Que ya no tiene que esconderse en los tatús para salvarse de las balas, que ya puede ir a la escuela con tranquilidad porque ya terminaron los enfrentamientos armados entre el Ejército y la guerrilla. Que sus padres y hermanes ya no estarán angustiados.

Mi familia es campesina, que vive en Santa Marta, una comunidad de personas exrefugiadas del departamento de Cabañas. La firma de los Acuerdos de Paz en este lugar significó llevar una vida normal, estudiar y que nuestros profesores populares fueran reconocidos».

Vilma Laínez


Mesa Grande, Honduras, 1987. Jaime, a los dos o tres años de edad.

«A ese Jaimito de 7 años en 1992, yo le diría: ‘Tu mamá, tu papá, tu familia y tu comunidad son parte de algo histórico que cambio las vidas de miles de personas y que permitieron que aquellos sueños infantiles de estudiar, de jugar al aire libre, de crecer y convertirte en una persona que aporte al desarrollo de la comunidad. Ha sido posible, hoy es una realidad. La firma de los Acuerdos de Paz el 16 de enero de 1992 y las decisiones de los liderazgos históricos permitieron que hoy puedas decir que eres un orgulloso hijo de tu comunidad Santa Marta.

Sueña, vuela, pero nunca olvides que eres hijo de familias campesinas luchadoras».

Jaime Sánchez


La Habana, Cuba, 1986. Alicia con su hermano, usando el uniforme escolar cubano de la época.

«Ali: Vas a poder regresar a tu país y conocer a tu familia de sangre completa. Tu papá se va a convertir en un hombre muy importante en tu vida. Regresar de Cuba va a significar conocerlo y aprender a amarlo, pero sobre todo, perdonar lo que sentiste como abandono porque estaba organizado».

Alicia Miranda


Mesa Grande, 1987. Francisca, a los 9 años de edad.

«Yo le diría a la niña que fui, que me da mucha tristeza por lo que tuvo que pasar, sin saber por qué tenía que pasar hambre, frío y mucho sufrimiento; crecer en un país que no era el mío. Y a mi adolescente, le diría que, gracias a los Acuerdos de Paz, terminó el miedo a las balas y pude estar en ese momento y celebrar que la guerra había terminado. Ver la emoción de mis padres y toda la familia y comunidad fue algo muy bonito».

Francisca Ascencio


Mesa Grande, 1987. Lila, entre los 7 y 8 años de edad.

«Esa niña de nombre Lila, que nació en el contexto de la guerra civil, fue hija de campesinos que trabajan la tierra. Ellos luchaban por sobrevivir en el interior de una guerra que causó que tú, como niña, no pudieras ser libre. Se te prohibió vivir en libertad por los bombardeos. A esa niña quiero decirle que, por esa lucha de su papá y mamá y por el proceso de la firma de los Acuerdos de Paz, se ha obtenido muchos logros para ti y para los niños y niñas de esos años de conflicto armado»

Lila Alvarenga


Colonia Miralvalle en San Salvador, El Salvador, 1982. Alfredo Carías, sentado en su patineta favorita.

«Tenías como 8 años cuando tomaste conciencia de que vivías en medio de un conflicto armado en tu país. Jugabas en la esquina de la colonia con la certeza que a las 6 de la tarde era tu hora tope para salir corriendo a la casa por el miedo de ser capturado por los militares, por el toque de queda impuesto. Cuando salías del pasaje de la colonia con tu patineta favorita, estabas siempre alerta por si escuchabas el rugir de los Mazingers: los camiones de la fuerza armada donde viste por última vez a algunos de tus vecinos amarrados de las manos, y no supiste más de ellos.

Los Acuerdos de Paz se firmaron cuando obtuviste tu primera cédula de identidad. A ese adolescente, yo le diría que tuvo la suerte de no tomar el fusil durante su infancia, esquivaste la muerte de los combates urbanos de la ofensiva y viviste para contarle a tus hijas que tuvieron la dicha de no sufrir la violencia de una guerra civil».

Alfredo Carías

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