El Día de la Madre es un día feriado en muchos países. Significa una pausa en el trabajo y la escuela, pero un aumento importante del comercio ¿Qué representa el concepto La Madre que amerita suspender el trabajo y la educación dos de las actividades que le dan sentido y dinamismo a cualquier sociedad? Incluso el envío de remesas familiares aumenta durante el mes de mayo. Ese mes de poemas en las escuelas, rosarios vivientes en colegios católicos y distribución de flores y galletas en oficinas públicas y privadas. Que a nadie se le olvide, que nadie quede sin conmoverse por las penurias y amores de madres y abuelas. Y aunque todo parece un poco romántico y muy mercantilizado, la fecha en sí es una invención simbólica disciplinatoria sobre qué es una mujer y cuál debe ser su inequívoco proyecto de vida.
La celebración a las madres es un ritualismo cíclico creado para perpetuar en los colectivos el arquetipo de la madre como experiencia para otros y fuera de sí misma o del goce directo de la vida. Hablamos en estas fiestas nacionales de la madre sacrificio, la madre silencio, la madre conforme, la madre virgen de la que no se espera que tenga deseos propios a no ser la realización de los deseos de sus sus crías, marido u otras personas bajo sus cuidados. La repetición vitalicia del ciclo del cuidado le debe alcanzar como destino y felicidad.
Hace más de un siglo, en 1916, de acuerdo con información disponible en la página web de la Fundación UNAM, el gobierno del Estado mexicano de Yucatán respaldó a las mujeres en el marco del Primer Congreso Feminista, la plataforma incluyó derechos sexuales y maternidades libres y conscientes. La fuerza reaccionaria tardó seis años en modelar una campaña en contra de las demandas por los derechos de las mujeres mexicanas “gracias a la intervención de periódicos y otros actores políticos” como el secretario de Educación de ese entonces, José Vasconcelos, quien abogó por una maternidad católica y conservadora. En 1949, el entonces presidente de México, Miguel Ángel Alemán Valdez, inauguró un 10 de mayo el Monumento a la Madre. Con este acto, enmarcó institucionalmente la noción decimonónica de la maternidad como principio y fin irrenunciable de la vida de todas las mujeres, idea que venía siendo cuestionada fuertemente desde inicios de siglo.
Esta idea conservadora de oponer la maternidad como “rescate” de la mujer y la familia ante el avance del movimiento feminista y las diversas plataformas de derechos de las mujeres no solo no es nueva, si no que se ha reeditado en los tiempos actuales. Solo hay que darse una vuelta por cualquier contenido de políticos de ultraderecha afiliados a partidos como Vox, en España; La Libertad Avanza, del presidente Javier Milei, o el mismo Partido Republicano de los Estados Unidos para tomar consciencia de que esta presunta amenaza de la familia debido al movimiento feminista es un núcleo de ataque, yo diría obsesivo, que vertebra los programas de gobierno y el discurso único totalitario de estas “nuevas derechas” .
El mandato de la maternidad se mantiene como uno de los más severos y potentes dentro del heteropatriarcado. La sola manifestación pública de una mujer de que no desea tener hijos es leída como síntoma de anomalía grave. Si las mujeres se ponen en huelga de partos, ¿De dónde vamos a sacar a los contribuyentes, a los obreros, a los creyentes, a los soldados, a los revolucionarios? Estado, trabajo, Iglesia y ejércitos necesitan gente alimentada y en condiciones de perpetuar el consumo, la especulación financiera, los trabajos esenciales como el cuidado de bebés y de mayores, y el exterminio mutuo a través de la guerra.
Los movimientos feministas del siglo XX, especialmente los que se fortalecieron en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron a la salud reproductiva y al aborto como eje central dentro de la plataforma política. Tanto el desarrollo e incorporación de los anticonceptivos al sistema de salud pública y el proceso legal iniciado en Estados Unidos (1971) que se conoció como Wade versus Roe en el que la demandante identificada como Jane Roe exigía en Dallas el acceso al aborto, el cual le fue negado ya que en Texas solo se aceptaba en caso de riesgo a la vida de la mujer, culminó en una decisión de la Corte Suprema que determinó que el acceso al aborto estaba protegido constitucionalmente por la 14ª Enmienda bajo el derecho a la privacidad de la mujer. Este marco jurídico federal fue revertido en 2022 por otra Corte Suprema compuesta en su mayoría por magistrados conservadores y quienes dejaron en manos de los Estados la legislación relativa a la interrupción del embarazo.
Estos antecedentes del movimiento feminista liberal pueden haber influido directamente en que se identifique al movimiento feminista exclusivamente con una agenda de derechos reproductivos con el aborto al centro de la discusión y el activismo. En contrapartida, los grupos conservadores de todo cuño (político, institucional, religioso, económico) buscan neutralizar de manera ideológica-cultural-jurídica la educación sexual integral y los servicios de salud que las mujeres necesitamos a lo largo de nuestra vida, desde la menstruación hasta la menopausia, pasando por la planificación de los embarazos, los anticonceptivos, el aborto, los tratamientos de fertilidad, entre otros. A pesar de los avances del feminismo, la autonomía sobre si ser madre o no o en qué condiciones siempre ha estado bajo ataque. Y el ritualismo romántico que arropa la totalidad de las celebraciones del Día de la Madre es una herramienta simbólica que va en automático alimentando la superestructura necesaria para que la maternidad se siga viendo como el valor supremo e intocable, un destino. Esto, a pesar de que la precarización de las condiciones económicas y sociales hace cada vez más difícil maternar en condiciones dignas.
Mantener el espectro de la madre mártir en el imaginario político es, además, conveniente cuando las crisis propias del capitalismo se ensañan con la supervivencia de las comunidades y las familias. Siempre se puede culpar a la “desviación” del destino natural de las mujeres del desbarrancadero social. Una asociación aleatoria, casi mística, de la problemática social. Si le va mal al capitalismo tardío, hay que regresar a las mujeres al hogar por que sin la madre los hijos se hacen vagos y no se “convierten en ciudadanos de bien”. Que las madres no deseen nada más, que ya están mucho mejor en casa que saliendo a dejar el lomo en las calles, que como las engañó el feminismo, que antes estaban muy bien sin pensión, salario, ni intereses propios. No hay nada más lindo que vivir en una habitación cerrada a cal y canto y cortinajes negros como en La casa de Bernarda Alba, donde el estado civil de las mujeres es la diferencia entre la vida y la muerte. Sí, todo muy deseable.
El movimiento feminista de Latinoamérica reconoce que en nuestros países nos atraviesan muchas opresiones sistémicas que ha posibilitado que la agenda relativa a la maternidad sea mucho más profunda y universal. Sin embargo, en términos de libertad reproductiva queda todavía mucho por alcanzar. Hay países como Colombia y Argentina que, luego de luchas altamente desgastantes para las defensoras de derechos humanos, han conseguido el acceso al aborto de manera libre y segura y pagada por el Estado. El Salvador es uno los países en los que no solo no se tiene acceso al aborto incluso en causales de violación de una menor de edad, si no que está criminalizado. La sola sospecha, casi nunca confirmada, de que la pérdida de un embarazo fue intencional es causal de cárcel prolongada. Este es un claro ejemplo de cómo esa propaganda obsesiva del imperativo de la maternidad termina cooptando casi todo el ordenamiento jurídico de una sociedad.
El hito de los años 70 del feminismo blanco liberal del control de embarazos favoreció que las mujeres dentro de esas sociedades y culturas instauraran proyectos de vida aprobados por la nueva economía. Al Norte Global le agrada decirse a sí mismo y al resto del mundo que opera en los linderos de la igualdad. Ese feminismo de la legalidad le es conveniente al neoliberalismo. Ya podemos convencernos de que nos emancipamos por decreto. Con las leyes somos iguales. Claro iguales para tener el poder de bombardear países lejanos. Quienes habitamos las realidades del sur sabemos que nuestros cuerpos son leídos desde la xenofobia, el racismo, la misoginia o la discriminación de la pobreza. Por eso no toda propuesta de mejora venida desde las cocinas del capitalismo patriarcal nos sirve a las mujeres en general y a las madres en particular.
Ejemplo de lo anterior es el empuje en la agenda de la conciliación. La conciliación da nombre a condiciones psicosociales facilitadas dentro del centro de trabajo para “conciliar” la vida personal y laboral. Abarca diversas iniciativas como guarderías cercanas al centro de trabajo o subsidiadas, prolongados permisos de maternidad y paternidad, jornadas de menos de cinco días, medias jornadas y la combinación del teletrabajo con el trabajo presencial. La conciliación en sí misma es positiva. Tiene como centro del debate cierta flexibilización de las condiciones en los centros laborales para que las mujeres no deban interrumpir abruptamente su carrera profesional o directamente salirse del trabajo remunerado porque cuidar los hijos y trabajar fuera, en algunos casos no se puede, no dan los ingresos ni las fuerzas humanas. Y he aquí el centro del asunto. ¿Para qué madres va dirigida la conciliación? Para las madres que, primero, están en el mercado laboral formal bajo contrato estable, poseen autorización para trabajar en el país en el que residen, tienen una formación que les permita plantearse ascender y a lo mejor con una pareja que le valida socialmente en el mundillo empresarial. Claro que la conciliación podría también beneficiar a trabajadoras esenciales, obreras o trabajadoras agrícolas. Conociendo las condiciones laborales de estos sectores sin duda habría fricciones para que las mujeres de la clase trabajadora “conciliaran”. Estas son las iniciativas de tipo neoliberal que aspira a alcanzar acuerdos blandos con el sistema, que quieren solo aflojar un poco las cadenas.
El feminismo del Sur Global problematiza profundamente este concepto de maternidad privatizada. “Son tus hijos, es tu responsabilidad” “¿Para qué pariste?”, dicen los mismos que hacen llamamientos a que detengan el feminismo porque el mundo se está quedando sin familias pero que son los primeros que impulsan leyes para cerrar guarderías y comedores comunitarios y que incluso la conciliación les parece una exageración, ya estaría bien organizarse un poquito mejor, levantarse antes de las ocho de la mañana y tener mentalidad de tiburona.
El horizonte de la maternidad para las mujeres del sur como itinerario político se basa en el respeto al deseo de gestar, a la voluntad de parir o no, o de adoptar infancias o de ser madres de muchas crías o no serlo en absoluto, y que la opción de llevar adelante la crianza no implique una profundización de la pobreza por la ausencia de un sistema de cuidado materno infantil que incluya vivienda segura, acceso a alimentos, salud y medicinas y centros de educación desde la primera infancia que reconozcan y celebren nuestras diversidades culturales y otras diversidades como la neurodivergencia de los hijos e hijas.
La visión capitalista de hijos e hijas como responsabilidad privatizada vacían a las sociedades del deseo de cuidado mutuo y de esa impronta de “salvación” colectiva, cada joven, hombre o mujer, que perdemos por la migración, la inseguridad o las represiones del Estado son tesoros que no veremos ni tendremos para la construcción de un país más próspero y lleno de calidad de vida.
Siempre hay una luz de resistencia y es en nuestras formas de cuidado particular de maternar donde las mujeres hemos encontrado esos caminos para mantener andando el mundo y la comunidad. Por eso es tan importante para el neoliberalismo de tierra quemada que las madres no nos comuniquemos entre nosotras, que volvamos al trabajo aún con los puntos de la cesárea sin cicatrizar, que obliguemos a nuestras crías a someternos a los tiempos estandarizados de la producción sin darles tiempo a disfrutar de las etapas de lactancia, juego, pañales, lenguaje y fantasía. Hay un plus valor que el necrocapitalismo extrae de la extenuación de padres, madres e infancias que no pueden disfrutar de la vida y la naturaleza por que o salario o barbarie, y el salario cada vez compra menos, menos vivienda, menos alimentos, menos medicina, menos juguetes. Ante todo este panorama, las mujeres comparten alimentos, tiempo de cuidado, subsidian pequeños emprendimientos de amigas, y muchas otras formas que encontramos de sostenernos. En Latinoamérica y otras comunidades étnicas del mundo la ternura, la colaboración, el consuelo y la empatía en formas emocionales y materiales nos sostienen entre nosotras. Los días de las madres vuelven y volverán, y hasta podemos disfrutarlos y hacer bromas, y reconocer qué tanta carga política se le agrega con cada año que corre. Mientras la larga marcha feminista seguirá en cada espacio de nuestros ámbitos de cuidado, gestionado la legalidad, y escribiendo desde la literatura y el ensayo, desde los huertos caseros, desde las oficinas de las abogadas feministas y allá a donde nuestra agencia y práctica política nos lleve. No hay vuelta atrás, aunque el reinado mundial de la ultraderecha se ahogue en propaganda. Generaciones de mujeres indígenas, afrodescendientes, sindicalistas, investigadoras, académicas, amas de casa, trabajadoras de la salud, defensoras del agua y la tierra nos preceden. Tenemos una ruta que cuidamos, problematizamos y reparamos, hemos llegado a un punto en que nuestro feminismo arropa y le dice a las mujeres madres y a las que no, o aun no, que tengas toda la dignidad humana si tienes la voluntad de parir y la voluntad de cuidar. Esta montaña la atravesamos juntas.
Liza Onofre es editora y periodista salvadoreña. Ha trabajado como asesora de comunicación política y docente universitaria. Tiene estudios de posgrado en Edición y Marketing. Es autora de ficción literaria. Reside en Silicon Valley, pero no es Bitcoin Sister.