Desde el día que abandonaron su casa, Antonia no pudo volver a dormir con tranquilidad. En un inicio, cada vez que cerraba los ojos, escuchaba la voz de los agentes. El miedo se apoderaba de ella cuando los perros ladraban, porque imaginaba que alguien tocaría la puerta para capturarlos.
Su estado psicológico se fue deteriorando: bajó de peso, se mostraba decaída y lloraba con frecuencia. Fue entonces cuando su familia y José encontraron un contacto que brindaba atención psicológica gratuita. Se trataba de la Organización de Mujeres por la Paz (Ormusa), que acompaña casos de desplazamiento forzado interno por violencia de género y por el régimen de excepción. A partir de ahí, se les recomendó buscar asesoría legal y registrar formalmente el caso.
De acuerdo con una psicóloga que trabaja en ORMUSA, el estrés postraumático es una de las secuelas más frecuentes, acompañado de insomnio, problemas digestivos, ansiedad y síntomas depresivos. “Además, la falta de apoyo institucional agrava la sensación de desesperanza, ya que muchas veces el Estado no brinda alternativas claras para su protección y resguardo”, añade.
Pasaron más de una semana buscando una institución que les ofreciera información o apoyo, pero no hallaron ninguna, hasta que llegaron a la Unidad de Defensa de Derechos Humanos y Comunitarios de El Salvador (UNIDEHC). Una de sus abogadas les recomendó presentar una denuncia ante la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH). Hasta la publicación de este reportaje, no han recibido respuesta. Antonia lleva a todos lados un respaldo legal firmado por UNIDEHC que explica que han sido víctimas de acoso por parte de la PNC.
“En un país sin institucionalidad ni confianza en las autoridades, ¿a dónde pueden acudir las personas para denunciar si quienes deberían protegerlas son, en muchos casos, sus principales agresores?”, explica la abogada Ivania Cruz, de UNIDEHC. Además, advierte que aunque como organización brinden acompañamiento, esto no garantiza que no ocurran detenciones arbitrarias contra personas que huyen del hostigamiento policial.
Antonia y José dicen haber perdido la confianza tanto en las autoridades como en la PDDH, y dudan que alguna instancia los proteja. Su hijo pequeño se pone nervioso cada vez que ve a la policía. El mayor, por su parte, ha memorizado varios artículos del Código Penal para poder citarlos si la PNC intenta irrumpir en su vivienda. Entre ellos, el artículo 188, que tipifica el delito de allanamiento de morada —entrar sin autorización a una vivienda o permanecer en ella contra la voluntad del propietario—, así como otros artículos relacionados con el abuso de autoridad.
Aunque el artículo 188 del Código Penal salvadoreño tipifica como delito el allanamiento de morada —es decir, ingresar o permanecer en una vivienda sin el consentimiento de quien la habita—, en la práctica, su cumplimiento se ve desdibujado bajo el régimen de excepción. Desde marzo de 2022, se mantienen suspendidas garantías constitucionales clave, como el derecho a la defensa de las personas detenidas, la inviolabilidad de las telecomunicaciones y el límite de la detención administrativa a un máximo de tres días. En este escenario, muchas intervenciones policiales se realizan sin orden judicial ni supervisión efectiva, dejando a las familias expuestas a abusos amparados en la ambigüedad legal de una medida prolongada más de tres años que suma más de 85, 500 personas detenidas.
José afirma que él y su familia viven en una prisión mental. Ya no salen de su cuarto para distraerse. Antes solían ir a comer pupusas por la noche, pero ahora temen ser capturados en el camino. Extrañan encontrarse con sus vecinos y vecinas y amistades tener la rutina que les ofrecía comodidad y acceso a servicios.
Un mes después de haber dejado su casa, Antonia y su hijo mayor regresaron únicamente para recoger algo de ropa. En el camino de vuelta a su nuevo domicilio, vieron una patrulla policial cerca de su antiguo hogar. Siguieron de largo, con paso rápido, y, acordaron no volver.
Lo que más anhelan, Antonia y José es regresar a su hogar y retomar su proyecto de vida. Pero saben que para hacerlo necesitan medidas de protección del Estado que les permitan vivir sin el acoso policial. “Ojalá quitaran el régimen, solo de esa forma podríamos regresar a nuestra casa”, dice Antonia.