
«Los policías no me protegen, me protegen mis amigas», se leía en una pancarta. «No a la minería, sí a la vida», gritaban mujeres envueltas en telas amarillas. «El silencio no es opción, la lucha es nuestra voz», coreaban quienes marchaban con distintivos morados y verdes. Entre ellas, mujeres con discapacidad, excombatientes de la guerra y vendedoras desalojadas del Centro Histórico de San Salvador. Todas tenían algo en común: el hartazgo de las injusticias y la determinación de seguir en las calles.
El bloque de mujeres con discapacidad avanzaba. Algunas con bastones, otras empujando sillas de ruedas, exigiendo una verdadera garantía de derechos. «El Salvador nos debe inclusión», dijo una de ellas, recordando la falta de accesibilidad en el país. Cerca, un grupo de mujeres con pancartas exigía justicia por las 25 mujeres privadas de libertad que han muerto bajo custodia estatal, entre marzo de 2022 y marzo de 2024, detenidas en el régimen de excepción. «¿Dónde están?», preguntaban las madres de personas desaparecidas, sus voces quebradas por la desesperación.
Los bloques de la marcha, a partir del color de los paraguas, destacaban sus luchas: amarillo, contra la minería metálica; verde, a favor del derecho a decidir; y arcoíris, en defensa de los derechos LGBTIQA+. En el bloque verde, recordaron el caso de Beatriz contra el Estado salvadoreño, en el que la Corte IDH condenó a El Salvador por violencia obstétrica, y volvieron a exigir la despenalización del aborto cuando la vida y salud del cuerpo gestante esté en riesgo, cuando la vida del feto sea inviable fuera del útero y cuando el embarazo sea producto de violencia sexual. Alerta Raquel formó un bloque vestido de negro en memoria de las mujeres desaparecidas, lanzando confeti al aire como símbolo de su presencia ausente. Otro grupo vestía de morado, representando la lucha contra la violencia de género y la exigencia de políticas efectivas para erradicarla.



Las que marcharon por primera vez
María Isabela, de 20 años, y María José, de 22, participaron por primera vez en la marcha del 8M. Llegaron desde Santa Tecla, motivadas por amigas que llevan años alzando la voz. «Siempre había querido venir, pero mis compromisos laborales no me lo permitían. Este año no quise quedarme callada», explicó María Isabela. Junto a otras jóvenes, formaron el bloque de quienes marchaban por primera vez, vistiendo pañuelos morados y verdes. Portaban pancartas sobre la menstruación digna y la importancia de romper el silencio ante la violencia.
Para María José, la marcha fue una experiencia que la hizo sentirse segura, rodeada por una hermandad que pocas veces había experimentado. «Me encanta sentirme en compañía, unida a esto. Me encanta no sentirme en peligro. Me encanta poder alzar la voz y no estar callada», afirmó.
A unos metros de ellas, Daniela, de 17 años, se cubría el rostro con un pañuelo. Era su segunda marcha. «Fue un problema personal el que me hizo alzar la voz. Siempre es importante expresarse y pelear por las que no pueden», dijo. «El Salvador ya no es un lugar seguro para las mujeres. Si lo fuera, no tendría que taparme la cara para decir lo que pienso».



Las violencias que el Estado no reconoce
Las organizaciones feministas han denunciado que las políticas de seguridad del gobierno de Nayib Bukele no protegen a las mujeres. La Red Feminista Frente a la Violencia contra las Mujeres registró 38 feminicidios en 2024. De enero a febrero de 2025 reportan cuatro casos. «La mayoría de los responsables son parejas y exparejas de las víctimas», señalaron.
Para Keyla Cáceres, de la Asamblea Feminista, la marcha del 8M sigue siendo el único espacio común donde las mujeres pueden nombrar las violencias que enfrentan. «Hay feminicidios, hay violencia sexual y el gobierno es cómplice de lo que está pasando. No dejaremos de nombrar a Chalchuapa y a todas esas fosas clandestinas que siguen esperando justicia. Seguiremos exigiendo respuestas para las madres buscadoras y para las mujeres que han muerto en el abandono estatal», afirmó.
La marcha avanzaba y, mientras las mujeres denunciaban que la policía no las protege, los agentes apostados en la zona se retiraban. En los alrededores, miembros del Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM) merodeaban a las vendedoras ambulantes que aprovechaban el evento para vender pupusas, frutas y golosinas.



Mujeres trans: «No nos van a borrar»
Un grupo de mujeres trans feministas marchó con una consigna clara: la lucha por sus derechos no se detiene. Recordaron que el Estado no ha aprobado una Ley de Identidad de Género y que, desde febrero de 2024, el gobierno de Nayib Bukele ha prohibido el uso del acrónimo LGBTIQA+, en un intento de invisibilizar sus existencias y negarles reconocimiento legal. «Este gobierno nos quiere borrar, pero aquí estamos, resistimos y seguiremos exigiendo nuestro derecho a la identidad y a la vida digna», expresó una de las manifestantes.
Denunciaron también la precarización de sus vidas, la falta de acceso a salud integral y la discriminación sistemática en el ámbito laboral. «El retroceso en nuestros derechos nos pone en mayor vulnerabilidad. No hay voluntad política para reconocer nuestra identidad ni para garantizar nuestra seguridad», añadieron.

«Aquí vivimos, aquí resistimos»: no a la minería
El bloque de mujeres vestidas de amarillo encabezaba la marcha con una consigna clara: «No a la minería, sí a la vida». Llegaron desde Chalatenango, Cabañas y otras comunidades para rechazar la explotación minera que impulsa el gobierno. Amalia López, de la organización Ecofeminista, explicó que la minería afectará directamente a las mujeres. «Somos las gestoras de la economía familiar, las que administramos el agua en casa. Si el agua escasea aún más en El Salvador, nosotras seremos las más afectadas», señaló.
Según López, la persecución contra quienes defienden los territorios es otra amenaza para las mujeres. «En las comunidades, han desarticulado juntas de agua dirigidas por mujeres y familiares de lideresas han sido capturados bajo el régimen de excepción. Es una represalia por el trabajo que hacemos», denunció.
En medio de la marcha, recolectaban firmas para exigir que se frene la explotación minera en el país. La abogada Ruth López sostuvo que esta acción busca incidir en las autoridades gubernamentales y legislativas. «Si el oficialismo dice que ‘el pueblo manda’, entonces que escuchen: el pueblo está diciendo no a la minería», declaró.
Bajo el sol de las 10:00 a.m., las mujeres llegaron a la Plaza Salvador del Mundo. Cantaron, leyeron manifiestos, se abrazaron e hicieron representaciones artísticas. La marcha terminaba, pero la lucha seguía. «Nos quieren calladas, pero aquí estamos», gritó una mujer al micrófono. «Aquí vivimos, aquí resistimos».
Al llegar a la plaza, recordaron que “El silencio no es opción, la lucha es nuestra voz”. Las organizadoras hicieron un llamado a seguir resistiendo y a volver a las calles el 25N. “Nos quieren calladas, pero aquí estamos”.


