
Si me preguntan por mis relaciones de amor más extensas, daría los nombres de mis amigas. Porque con ellas el amor nunca ha faltado. Hemos tenido días —años— de risas y vueltas por tonterías que entonces parecían urgentes, pero también meses de lejanía donde no he podido sostenerlas como ellas a mí. En todos estos años, hemos manejado nuestras expectativas, nos hemos cuidado y hemos deseado que la otra sea feliz.
Es febrero y los centros comerciales se llenan de corazones de papel rojo. Ya hay globos, peluches y chocolates esperando a ser comprados. En estas fechas en que se celebra el Día de San Valentín solemos darle mayor protagonismo a los novios y maridos porque se espera que el amor romántico solo se encuentre en relaciones sexoafectivas y, por supuesto —dicen los conservadores—, con alguien del sexo opuesto. En cambio, he visto cómo nos da pena y tememos dar cringe si expresamos el amor y romance que vivimos en las relaciones con nuestras amigas.
Releía el libro Communion, de bell hooks, cuando me encontré sorprendida por un concepto: amistades románticas. La escritora se queja de cómo se sexualiza o se sospecha siempre de dos mujeres que pasan mucho tiempo juntas por el simple placer de vivir la vida juntas. Nadie cuestiona los detalles en las relaciones de noviazgo, pero la alarma homofóbica se activa con los regalos, caricias y gestos de cariño en una amistad. Las amistades románticas son esas donde es posible cuidar y querer sin la preocupación de la mirada punitiva que castiga cualquier indicio de amor entre personas que no son parejas sexuales.
Nos hacemos viejas, pero cuando era niña lo tenía claro: lo mejor de mis días era el tiempo que lograba robarle a la escuela y a mi familia para estar con Jessica, mi persona favorita en el mundo. No sé qué tanto hablábamos, pero construimos un lenguaje propio con palabras y gestos que solo nosotras conocíamos. Ahora cargo a su hija en mis brazos y solo deseo que encuentre lo que yo encontré en su mamá: el refugio para ser yo misma.
Amistades románticas me parece el término ideal para describir esos profundos lazos de lealtad y cuidado. Tengo la suerte de tener como pareja a alguien que me quiere tanto como él. Pero sería mentira si dijera que es el único lugar donde soy amada y cuidada. Son mis amigas las que han cruzado medio país para estar juntas viendo Emily in Paris, las que mencionan mi nombre cuando hay una oportunidad de trabajo, las que me han sostenido la mano mientras tengo ataques de pánico, las que a diario me preguntan por mi abuelita. Son mis amigas los amores que no quiero soltar aunque la geografía nos separe.
Recuerdo que Él Menjivar tiene un poema que dice que cuando sus amigos se enamoran, es como si se van de viaje. Luego volverán de lejanas tierras a contar historias. Y ahí estará él para escucharlas. Ojalá yo no entendiera ese poema. Pero lo cierto es que cuando me he enamorado, también he actuado como viajera despreocupada, sorprendida por los nuevos paisajes, sin recordar escribir una carta a casa.
Así que ocupo esta carta de amor también como disculpa a ellas. Quiero ser al menos la mitad de buena amiga que ustedes son conmigo. Quiero que no tengan momentos difíciles pero si pasan, tener la posibilidad de sostener su mano. Quiero que podamos levantar los brazos juntas en fiestas, victorias y protestas.
Y eso pasa por reconocer su lugar primordial en mi corazón y en mi mente. Son mis amigas el oasis de este mundo violento. Son ustedes donde puedo descansar y reponer fuerzas. Prometo traer más agua y regar nuestras plantas. Mi amor por ustedes pasa por querer a sus hijos como míos, reírme de sus chistes, mirar los memes que me pasan (aunque sean repetidos) y sobre todo, saber que, gracias a ustedes, sé que no estoy sola en la vida.