Aquí,
en la ciudad que
como un bordado de luciérnagas se extiende,
la luz tiene el perfume de las jacarandas en primavera.
A veces, del orín.
Mi lengua escucha dos latitudes crujir de noche como nudillos.
El torogoz y el águila calva,
en mis sueños,
se funden
como metales en un horno.
Pero yo
del siglo XIX soy,
del vendaval de agujas,
de un grito detenido como un gorrión,
de una oquedad.
Pero soy,
repito como letanía en mi habitación sola,
de otra guerra que se multiplica como termitas,
de un filo igual de oscuro,
de un nubarrón inacabado,
de copos de fracasos.
Vivo en el intersticio permanente de otras lenguas. Galopo sobre el lomo de la incertidumbre.
Soy girasol pulverizado en esta tierra que no es mía.
Aquí,
en este valle conquistado y plagado de lamentos,
me edifico,
pese al peregrinar de las dudas y a la hondura de su noche.