Opinión

La destrucción de la democracia

Editorial: Esta semana el oficialismo dio dos devastadores golpes a la democracia salvadoreña. El Ejecutivo consolidó su control de todo el Estado y, gracias a la Sala de lo Constitucional, el presidente Bukele podrá reelegirse en 2024. El mandatario acapara el poder y busca aferrarse a él, aprovechando el apoyo popular que ha conseguido.

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La noche del viernes 3 de septiembre, la Sala de lo Constitucional impuesta por el oficialismo emitió una resolución que habilita la reelección del presidente de la República. Esto permite a Nayib Bukele continuar en la presidencia en 2024.

Pese a la ilegitimidad de la actual Sala de lo Constitucional y de sus resoluciones, esta última acción es un hito que, junto al 9F y el 1M, deja claro el camino que Nayib Bukele ha trazado para cooptar los poderes del Estado y usarlos para beneficio propio y de sus allegados.  

En la misma semana, además, las reformas ilegales a la Ley de la Carrera Judicial y a la Ley Orgánica de la fiscalía general de la República (FGR) permitirán a funcionarios que responden a Bukele purgar y reemplazar a cientos de jueces y fiscales. Nayib Bukele controla ahora todo el Estado y podrá aferrarse a él en las próximas elecciones. 

Sobran los ejemplos —del pasado y de la actualidad— que demuestran cómo los regímenes autoritarios y los líderes autócratas no toman el poder necesariamente por la fuerza, pero utilizan el voto popular y las elecciones para enquistarse en él, nombrando a funcionarios leales, reformulando leyes, inventándose otras y, por supuesto, reescribiendo las constituciones. Sin tener que ver más allá de nuestra región, en Honduras, Juan Orlando Hernández buscó y consiguió reelegirse en 2017 gracias a una sentencia de la Corte Suprema de 2015 que, a su vez, pudo asegurar destituyendo a los magistrados que se oponían a la reelección. Daniel Ortega, en Nicaragua, ha podido perpetuarse en el poder gracias a una sentencia similar en 2009 y una reforma constitucional en 2014. Eso es lo que estamos presenciando en El Salvador desde 2019, y a una velocidad vertiginosa desde mayo de este año: la destrucción del Estado de derecho y de la democracia que tanto ha costado a nuestro país.  

Bukele avanza para perpetuarse en su cargo aprovechando el apoyo popular que ha alcanzado. Esto, en parte, gracias a la manipulación mediática que ejecuta —y perfecciona— desde hace años, y a las medidas populistas que lo han caracterizado desde que era alcalde de Nuevo Cuscatlán. Solo en los primeros cuatro meses de 2021, los medios estatales recibieron un incremento de 46 % en sus presupuestos; durante el mismo período se recortó el gasto social en $58 millones.  

El país está a dos días de la entrada en vigencia del Bitcóin como moneda de curso legal. Encima, nos encontramos a once días de que se proponga y, bajo toda probabilidad apruebe, un paquete de reformas constitucionales que significará en la práctica una nueva Constitución — también, con mucha probabilidad, hecha a la medida de Bukele—.  

En un país casi totalmente endeudado, con una crisis sanitaria que no acaba, con una crisis económica que se profundizará con la llegada del Bitcóin, con las voces disidentes perseguidas y con restricciones cada vez más evidentes a las garantías de derechos, la popularidad no le bastará al presidente para sostener su autocracia.  

Sabemos que esto es aún el principio y, por lo pronto, no se vislumbra un retorno. Pero estamos convencidas de que posible hacerle frente a lo que viene y rehacer lo destruido. Hoy más que nunca, nos toca acuerparnos, resistir y recordar que la historia de El Salvador, una y otra vez, ha demostrado que las autocracias y las dictaduras nacen con los días contados.  

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