Por Tania Tagle
La piel que se estira y se rompe, el flujo, las infecciones urinarias, el ahogo, la comezón, el insomnio, los granos, la costra de la episiotomía, la sangre, la pus, el cebo de la cabeza que debes besar cuando te la ponen encima como un paquete de carne recién pesado en la carnicería; el miedo, las bolas de leche cuajada en los pechos, la hinchazón, el dolor ubicuo, el pezón despellejado, el ardor, el cansancio, la flacidez del vientre vacío como un balón desinflado; la mierda, la mierda en todas sus categorías que aprendes sin darte cuenta: la mierda marrón y semi sólida que indica salud, la amarilla con pus de las infecciones, la verde de los nuevos alimentos, la oscura, la dura y redonda como piedra de río, la mierda suave y pastosa, la mierda caliente embarrada en tus manos, el recuerdo vago del asco, la costumbre, el cansancio, el llanto a media madrugada, el llanto de cólico, el llanto de hambre, el llanto de sueño, el llanto de algo terrible que no identificas, la angustia, el remordimiento por los pensamientos arrepentidos, que duran segundos, que duran a veces toda la noche mientras arrullas; las canciones de cuna que odias, los consejos, de tu madre, de tu suegra, de tus vecinas, de un montón de gente desconocida a la que no le importas pero no puede quedarse callada, el vómito, el silencio que añoras, las ojeras, los dientes brotando en medio de berridos, las infecciones de oído, las temperaturas, los malditos 38º que no ceden, los mocos, los mocos transparentes e inocuos, los mocos verdes de pediatra, los mocos embarrados en toda tu ropa que apesta también a leche, también a pañal, a lágrimas, los brazos vencidos, la espalda partida, las horas que pasas culpándote por todo lo que no hiciste, culpándote por todo lo que no sabías, culpándote por todo lo que sabes y de todas formas no haces; los juicios a los que te obligas a comparecer, los prejuicios, las patadas que nadie menciona cuando alaba el colecho, los gritos en la almohada, el peligro de la escalera, de la lejía, de la ventana abierta, los cientos de peligros que ni siquiera adviertes pero que acechan, que también son tu culpa si te descuidas; los descuidos, las caídas, las visitas a urgencias, las caras de reproche de los médicos, la lástima de las enfermeras, el hartazgo, la noche como una nueva amenaza de enfermedad o pesadilla; todo eso, va siendo hora de decirlo.
Tania Tagle, México, 1986
Editora, ensayista y gestora cultural. Ha sido becaria en el área de ensayo por le Fonca y por la Fundación para las Letras Mexicanas y su trabajo ha sido publicado en las antologías El silencio de los cuerpos (Ediciones B, 2015), Arbitraria (Ediciones Antílope, 2015), Puro Cuento (UNAM, 2017) y diversos medios nacionales e internacionales como Letras Libres, Tierra Adentro, Este País, Sin Embargo, Cuadrivio, etc. Dirigió el programa educativo el Museo Franz Mayer y los Círculos de lectura feministas de la Biblioteca Vasconcelos. Actualmente dirige el taller de ensayo para mujeres Escribir desde la hijitud.
Este texto fue publicado originalmente por Tania Tagle en 2017 aquí.