“Sex toy” se traduce como “juguete sexual”, pero se suele usar la palabra en inglés —seguramente porque es un negocio internacional. Los estimuladores de clítoris, los consoladores, los vibradores, las bolas de geisha, las ruedas de lengua, los anillos y demás mueven no solo las hormonas, sino 26 billones de dólares cada año.
La innovación tecnológica, la venta en línea, la exportación y la publicidad guían las decisiones de marcas multimillonarias como Doc Johnson, Fun Factory, Lelo, Lovehoney, Tenga o Aneros. El interés de esas industrias es comercial. La salud sexual, la creación de una dependencia comportamental o el bienestar psicológico de una pareja no son sus objetivos.
Pasemos de la industria, pensemos en los objetos. Los inventos y la tecnología buscan aumentar o prolongar las capacidades humanas: ver, oír, memorizar, hablar, traducir, desplazarse, portar, etc. Los sex toys, pese a las apariencias, no reemplazan el cuerpo del otro, sino las propias manos. La relación emocional, la sensualidad o la atracción sexual no son los atributos de los sex toys. En lo que se trata de afectividad, los sex toys son ineficaces. Tal vez por eso, por la desilusión o el aburrimiento, “3 millones de sex toys —tan solo en Europa— terminan en la basura” (enlace en francés). De hecho, la vida útil de los juguetes sexuales se calcula en 2 o 3 años, “como cualquier otro artefacto electrodoméstico” (enlace en francés). Todo eso, imagínate, no les da ningún placer a los océanos —ni a los animales marinos. La industria BCPL-Distribution intenta reciclarlos, pero como toda la tecnología actual, la producción va más rápido que el espíritu ecológico.
Mucho antes de los sex toys conectados, los objetos hechos para orgasmear han existido más para las mujeres que para los hombres, ya que la masturbación masculina no es un tabú, contrariamente a la masturbación femenina a manos desnudas. Pienso en la escena divertida de Ben Stiller en Loco por Mary: Ted, el protagonista, después de dudarlo, y para calmarse antes de su cita con Mary, se masturba en la sala de baño. Suena el timbre. Mary pasa a recogerlo para salir. Nervioso, busca su esperma por todas partes. No lo encuentra. Pero Mary sí, en su oreja. ¿Qué es? Gel para el pelo, inventa Ted. El resto se encuentra en Youtube. Aunque la película es de hace veinte años y 1998 está lejos, todavía no podemos hacer esa escena cómica en versión femenina.
Últimamente muchos sex toys nuevos son propuestos a gais y lesbianas. El placer de cada uno y una cuenta. El planeta también. ¿Y si nos lavamos bien las manos y pasamos a una acción placentera y ecológica?
Esta es una entrada del Diccionario sexual de Violeta, la sexóloga de cabecera de Alharaca. Si querés leer las demás, hacé clic aquí.