Sury de León reparaba con láminas una parte de su casa en el reparto Don Miguelito, en Mejicanos, San Salvador Centro, mientras una parte se desmoronaba. En esta comunidad, que cuenta con más de 100 viviendas, algunas casas están en zonas propensas a deslizamientos. Durante las primeras lluvias de junio de este año, el suelo de la habitación de una de sus hijas y nietas comenzó a hundirse. Un estruendo alertó a Sury, quien corrió a ver qué había pasado: la erosión había formado un hoyo y la cama había caído al precipicio. Con lazos, lograron recuperar la cama desde el barranco.
Sury, de 48 años, vive en esta casa desde hace 11 años, y desde hace cinco, el suelo comenzó a deslizarse. Su hogar, hecho de láminas y troncos de madera, se levanta sobre tierra blanca. Bajo su mismo techo viven 14 personas más: su mamá, hermanas, hijas, sobrinos, y nietos; incluyendo cuatro niños menores, de 1, 5, 7 y 12 años. Todos forman una misma familia.
Antes de llegar al reparto Don Miguelito, Sury vivía en un cuarto tan pequeño que apenas cabía su cama. Esta situación la llevó a mudarse con su padre, al reparto Don Miguelito. Hace más de 10 años, una vecina le pidió a él que cuidara su casa mientras ella vivía en Estados Unidos. En 2019, fue atacado por pandilleros de una zona cercana. Le dispararon en la cabeza. Esto le provocó inmovilidad en la mitad de su cuerpo. Falleció seis años después debido a una pulmonía que complicó su condición de salud.
Desde entonces, Sury asumió ser la jefa del hogar. Ella se encarga de enfrentar los problemas de la casa. “Por la necesidad, he aprendido a reparar las cosas de aquí. He sido creativa con poco para solucionar estos problemas”, comenta. Ha logrado reunir una pequeña caja de herramientas para las reparaciones necesarias. Además, tiene una pequeña tienda donde vende huevos, detergente, papel higiénico, jabón y bolsas con agua. Sus ingresos varían, no superan los $15 semanales.
El primer signo de deslizamiento en la casa de Sury fue la caída de un árbol de guayaba. A partir de ese momento, el terreno comenzó a erosionarse. Sury formaba parte del comité de Protección Civil en su comunidad, que atendía emergencias por deslizamientos, y conocía los protocolos para estos casos. Solicitó plástico para cubrir el suelo y evitar que el problema empeorará. Recibió 30 yardas y, de su propio bolsillo, compró 30 yardas más, cada una a un costo de alrededor de $9, para cubrir otra área afectada.
Con el tiempo, otras áreas de la casa también comenzaron a deslizarse. La familia contactó nuevamente a Protección Civil, quienes advirtieron que, si la situación empeoraba, la única solución sería evacuar la vivienda.
Durante la primera lluvia de junio, el suelo del cuarto de su hija comenzó a erosionarse mientras dos de sus nietas estaban en la habitación. Ambas lograron salir ilesas. Con ayuda de un sobrino, rescataron una de las camas y una zapatera que el hoyo había arrastrado y caído al barranco. Sury, que comparte nombre con su hija, asegura que desde ese día ninguna de las dos duerme tranquila. Temen que el piso se derrumbe de nuevo en cualquier momento.
Sury y su familia sueñan con un hogar que les ofrezca seguridad y estabilidad. En su casa actual no tienen electricidad ni agua potable, y la falta de escrituras les impide acceder a estos servicios básicos. Perdieron contacto con la propietaria del terreno tras la muerte de don Francisco.
«Si me ofrecieran otro terreno o casa para vivir, no lo pensaría dos veces», dice Sury. Hace un par de años acudió al Fondo Nacional de Vivienda Popular (FONAVIPO), para solicitar una vivienda. Motivada por una sobrina que estaba en proceso de adquirir una casa, llenó todos los formularios. Sin embargo, tras múltiples llamadas a las oficinas, la única respuesta que ha recibido es que debe esperar.
Su hija, también llamada Sury, de 30 años, ha buscado viviendas en alquiler en Mejicanos, a través de Marketplace en Facebook, pero el costo mínimo es de $200 al mes. Además, ha intentado conseguir trabajo, pero su baja escolaridad le impide acceder a empleos con mejores salarios.