La exclusión laboral y educativa afecta de manera diferenciada a hombres y mujeres jóvenes en la región. Las mujeres enfrentan mayores obstáculos debido a las tareas de cuidado y del hogar, que recaen predominantemente sobre ellas, limitando su participación en el mercado laboral y en la educación. Este trabajo no remunerado crea una brecha de oportunidades, que perpetúa la desigualdad de género y restringe el acceso de las mujeres jóvenes a empleos de calidad y a la formación necesaria para mejorar sus condiciones de vida, explica en esta entrevista.
¿Por qué es incorrecto utilizar el término nini?
El término nini nació en Inglaterra y tiene un aspecto negativo. En Japón, se retoma para personas que están encerradas en sus hogares sin hacer nada. Esto hace que pensemos que quienes ni estudian ni trabajan no están haciendo nada y esto tiene una estigmatización. En primer lugar, no sabemos si es algo que la persona voluntaria o involuntariamente hace; en segundo lugar, porque buena parte de la población que no estudia y no trabaja está haciendo tareas de trabajo reproductivo. Englobarlas como que no están haciendo nada es bastante peyorativo. La gente piensa que son personas haraganas, que no quieren trabajar cuando puede haber muchos motivos para esa situación. Además, pareciera que es una decisión propia y que lo único que necesitan es levantarse y salir a trabajar o salir a estudiar, lo cual no es necesariamente así. Muchos no están trabajando, no porque no quisieran, porque hay elementos de búsqueda y de disponibilidad para trabajar, pero el mercado no les permite trabajar.
¿Cuáles son las principales razones detrás de la exclusión educativa y laboral y cómo difieren estas razones entre jóvenes, mujeres y hombres?
Hay barreras estructurales, puede ser una falla en los modelos educativos, la carencia de servicios adecuados sobre todo en términos de elementos de cuidado que permitan a las personas desarrollarse tanto las tareas reproductivas como las de formación y las productivas. Esta parte afecta un poco más a las mujeres jóvenes, en la inserción laboral, pues coincide mucho con el calendario reproductivo. Las mujeres tienen hijos en sus veintes y este proceso reproductivo implica salidas del mercado laboral. A veces, también, salidas de los espacios educativos y de formación. Están cuidando a sus hijos pequeños y dicen: «No están haciendo nada».
Las razones son múltiples, tienen que ver con la desarticulación entre el aparato productivo y las ofertas laborales. Para quienes están en la búsqueda activa de trabajo esto conlleva un gasto. Si la persona ya no está buscando trabajo es porque ir a dejar la hoja de vida implica un costo, esto hace que caigan en lo que llamamos el desaliento: no buscan activamente porque es caro, porque están realmente desalentadas, pero quisieran trabajar.
¿De qué manera influye el contexto familiar en la exclusión educativa y laboral de jóvenes mujeres y hombres?
Muchas de las decisiones que tomamos tienen que ver con la organización del hogar, como un espacio de reproducción y de vínculos y de que no tomamos las decisiones solas. Va a depender muchísimo el contexto familiar. El contexto familiar plantea cómo se compone el hogar, si hay personas que necesitan cuidado o no, de las condiciones socioeconómicas del hogar, porque si hay una persona que necesita cuidado, ¿quién la va a cuidar? A lo mejor puedo contratar a alguien, pero si no se puede, alguien la tiene que cuidar. En esta suerte de distribución de tareas dentro de los hogares, puede haber diferencias también en cómo estos elementos me van a hacer a mí salir a trabajar, no salir a trabajar, salir a estudiar incluso.
Las remesas también pueden tener un impacto porque muchas veces pueden patrocinar las cuotas educativas y que las personas permanezcan un poco más de tiempo en la escuela. Las decisiones familiares van a repercutir en la persona joven, sobre todo en quienes no han salido de su hogar paterno, materno porque contribuyen fuertemente a las tareas de reproducción del hogar.
¿Estas decisiones se toman en el ámbito familiar a partir de roles y estereotipos basados en género, por eso encontramos que estadísticamente siempre hay más mujeres jóvenes en exclusión educativa y laboral?
La organización social de los cuidados debería de ser multipartita, que participaran el Estado, la sociedad civil, las empresas, a partir del mercado, y las familias, pero en países latinoamericanos y, en específico, El Salvador, esto recae en las familias. ¿En quiénes más recae? En las mujeres. Cuando hay niños pequeños, que demandan muchos cuidados, que quizás no están en edad escolar, las mujeres no pueden ir a trabajar. También hay un mandato de género hacia los hombres: tienen que salir rápidamente al mercado laboral. En países como El Salvador, las mujeres se están educando un poco más porque a los hombres el mandato del proveedor les pega y tienen que salir a trabajar, sobre todo en las zonas rurales. Dejan la escuela muy temprano, porque el mandato es: se va a trabajar lo antes posible porque tiene que ser parte de la provisión del hogar.
Además de de estas afectaciones relacionadas con las normas de género en las oportunidades de acceso a educación y empleo ¿qué otras has identificado?
Definitivamente, las tareas de género. El día tiene 24 horas, no son decisiones, son limitaciones. Las mujeres están sobrecargadas. Si una mujer tiene que salir a trabajar o tiene que estudiar, trabajar y cuidar, estamos imaginándonos una limitación de tiempo. Cuando hablamos de los ninis, sin incluir este trabajo, en realidad estamos siendo parte de este proceso de invisibilización de estas tareas que realizan. La parte del uso del tiempo, la sobrecarga de trabajo, porque están trabajando. No salen del hogar, pero es un trabajo que ayuda a la reproducción de las personas. Estamos cuidando a las personas, les permitimos vivir, sobrevivir. Esto obviamente es una gran barrera de género.
Por el lado de la oferta, hay espacios segregados para hombres y para mujeres. Esta segregación hace que se reduzca el menú: hay trabajos solo para hombres y trabajos solo para mujeres. Esto puede ser una decisión de los mismos empleadores y de las personas que no se atreven a incorporarse a estos otros ámbitos. También las normas de género van a operar ahí, a partir de la segregación, de los espacios laborales.
Muchos de estos espacios segregados para las mujeres son espacios más precarizados. Ahí entran en juego otros elementos, porque tengo opciones con pocas posibilidades, y además está la situación en el hogar donde tengo que cuidar. Tengo que sopesar qué puedo hacer, ¿me voy a un espacio segregado, precario o me quedo en mi casa trabajando porque no hay nadie más que lo haga? Todos estos elementos empiezan a interactuar en las decisiones constreñidas que se toman con el hogar.
¿Han logrado abordar cuáles son las consecuencias a mediano plazo en la salud mental y emocional de las personas jóvenes que enfrentan esta exclusión educativa y laboral?
No he trabajado el tema, pero soy de la idea que las mujeres tienen que participar de la vida pública. El no trabajar, no estudiar, que estén en la casa, volvemos a esta idea del cautiverio de las mujeres que nos han hablado los estudios feministas: están encerradas y así no pueden ejercer sus derechos. No sabemos qué les pasa porque entre menos vínculos tengan con la vida pública, menos sabemos que está pasando. Esto se vuelve un espacio de aislamiento, un espacio que puede ser peligroso. No estoy diciendo que todas las personas que se queden en su hogar van a sufrir violencia, pero la esfera privada del hogar, muchas veces es un espacio propicio para que las personas no tengan vínculos, esto hace que los ciclos de violencia se puedan endurecer y que puedan salir menos de ellos. Que las mujeres participen en la vida pública es bueno porque permite que nos veamos todas, sepamos qué queremos y que se puedan tomar decisiones en mayores condiciones de equidad.
En nuestros países, la idea de que alguien se quede completamente sin trabajo es muy complicada. Cuando pensamos en los ninis, que empezaron en Europa, estos países europeos tienen políticas de seguridad social, de desempleo, eso le da a la persona un tiempo para pensar. Si uno ve las estadísticas de desempleo en nuestros países, son las personas con mayores niveles educativos las que están desempleadas, porque el desempleo se mide como esta búsqueda activa, pero las personas no pueden buscar empleo todo el tiempo. ¿Qué van a hacer muchas personas? Van a entrar a espacios precarios, intermitentes, de informalidad, etcétera porque en realidad la misma supervivencia no te va a permitir quedarte así.
En el caso de El Triángulo Norte, Pérez Sáinz, Alas Velado y Montoya han estudiado ciertos espacios bastante precarizados y excluidos y han encontrado tres elementos: las personas buscan profesionalizarse, salir de esos espacios, pero muchas se van a esta estrategia más precaria, porque es la misma supervivencia. Esta exclusión hace que, en el largo plazo, se vayan acumulando estas desigualdades y, por cómo están nuestros procesos de seguridad social y de pensiones, que están ligados al mercado de trabajo, quienes han tenido carreras en la vida informal no van a tener acceso a su pensión. En el caso de las mujeres que pasan toda la vida trabajando en sus hogares, esto no les garantiza en el futuro que alguien las vaya a cuidar.
¿A futuro cómo van a ser estas exclusiones en las juventudes, el riesgo aumenta para quienes deciden transicionar en su identidad y su expresión de género?
No he estudiado de lleno a esta población, pero cuando vas sumando exclusiones, estas se van acumulando, no de manera lineal. En este caso, que además tienen un proceso de exclusión tan básico como el de la identidad, es una exclusión que precede todo, porque estamos negando la existencia de un grupo. No reconocerlos, volverlos en espacios privados propicios para la violencia, no pueden acceder a servicios de salud, a la educación, estamos hablando de una exclusión en frente de la vida. Eso es muchísimo más grave.
En sus investigaciones, ¿han identificado la existencia de estrategias para reintegrar al mercado laboral y al sistema educativo a estas personas jóvenes?
No hay políticas muy específicas. Lo que tenemos ahorita de respuesta ante los jóvenes son procesos de estigmatización. Hay una violencia previo al régimen de excepción que está hecha hacia los jóvenes desde los mismos jóvenes: ellos son el problema y los excluimos en los espacios públicos y como interlocutores. Hemos visto políticas bastante punitivas, elementos de mano dura. Sí hay algunos esfuerzos aislados de reinserción de estos grupos, pero, en general, los grandes contratadores, que son las empresas, tienen políticas de estigmatización por el lugar de residencia de las personas. Están muy bien documentadas en informes del PNUD, en informes de otras instituciones.
Permitir que haya esta discriminación es grave. Las políticas deberían orientarse en la educación más temprana, en la atención más temprana de los problemas, porque la salida de la escuela puede empezar muy temprano, pero eso va a tener como otras consecuencias. La atención debería ir hacia los jóvenes, porque ahorita es uno de los grupos más grandes de la población y vamos hacia el envejecimiento. Lo que le pase a estos jóvenes es lo que vamos a tener en el futuro.
¿Podríamos afirmar que los gobiernos del Triángulo Norte no trabajan en políticas y programas que abordan eficazmente las necesidades de esta población joven, ni considerando que en este momento son un bono demográfico que va a envejecer?
No quisiera decir que no están haciendo nada, porque si puede haber esfuerzos pequeños, programas de reinserción, pero definitivamente es más fuerte la política de estigmatización y discriminación hacia los jóvenes. Honduras está adepto a seguir algunos pasos de El Salvador, en estos temas, pero también tiene que ver con el disfrute de una sociedad joven cuando siempre la atacan. Esto no quiere decir que el problema de la violencia ejercida por las pandillas no sea un problema grave, pero no se puede tratar de solucionar todo con políticas donde no hay espacio para los derechos humanos, y no atacar desde donde empieza: en la educación más temprana, tener sistemas de monitoreo, tener mayores accesos. En estos tres países, sobre todo en Guatemala y El Salvador que vivieron conflictos armados, nunca nos sentamos a tratar de generar un tejido social, un espacio de cohesión social donde las personas se sientan albergadas, donde haya un desarrollo de todos los elementos que te hacen ser una persona, no solamente como un factor productivo, no solamente como el otro que me hace daño, sino una persona como ciudadano. Nos falta mucho, tenemos muchas heridas y estamos viendo las consecuencias de no haberlas tratado en su momento.
¿Qué otras implicaciones hay a nivel individual, de sociedad y de país, a futuro, relacionadas precisamente con la exclusión laboral y educativa de las personas jóvenes?
A nivel individual y colectivo que no van a haber pensiones. Si estas personas, en términos de su ciclo de vida, no tienen buenas inserciones, no podrán ahorrar, y sin ahorro no hay pensión. Estamos perdiendo esta parte del bono demográfico. El bono tiene que ver con que podemos aumentar la producción a partir de que haya personas jóvenes que están trabajando.
Muchas políticas tienen que ver con que si la persona no se puede insertar en una empresa que ponga su propio emprendimiento y estos son muy autoprecarizados. Si una revisa las encuestas, los micronegocios están en condiciones más adversas que el resto de los trabajos. O el problema es que esta persona le falta estudiar inglés, que aprenda inglés. Siempre todas las políticas recaen sobre las personas, pero pocas veces discutimos la postura productiva del país, hacia dónde vamos, cuál será la política industrial. No tenemos política industrial y esto no es nuevo.
La exclusión laboral y educativa de los jóvenes es un síntoma de problemas mucho más amplios. En el largo plazo, vamos a ver que este problema era un síntoma de no haberle apostado a una reestructuración productiva, a un desarrollo abierto e incluyente de todas las poblaciones porque no cambiamos estas barreras estructurales.
He leído en algunos informes y planteamientos públicos que hay una preocupación por la baja tasa de reemplazo ya que no estamos reproduciéndonos a un nivel suficiente. Sin embargo, me parece que no se considera de qué tipo de tasa de reemplazo estamos hablando si tomamos en cuenta que hay una exclusión laboral y educativa.
En la tasa de reemplazo de reproducción que necesitaríamos es 2.1 personas por pareja. El .1 es porque dejás a dos reproductores que te sustituyan como pareja. La idea es que yo deje a mi reproductora. Incluso hay una tasa que solo se ve entre mujeres, que es la tasa de reproducción: ¿Cuántas niñas tiene una mujer? Ese .1 que le permita por supervivencia llegar a las edades reproductivas. Demográficamente esto sucede así. Lo que tenemos en el país es la baja de la fecundidad. Mucha gente no la cree, porque dicen: «Conozco a una persona que tiene cinco hijos». Esto tiene que ver con la salida de personas en edad reproductiva, su vida reproductiva no la ejercen en el país, sino que, probablemente, en otros países. La misma baja la vemos en todos los países de América Latina. Venimos con una baja en la fecundidad, sobre todo después de la pandemia, como que no se han recuperado algunos espacios. Habría que ver si esa tasa tan baja que se está reportando para El Salvador está así. Necesitamos un censo para acercarnos más a esas situaciones. Espero que tengamos los datos de manera oportuna porque es un tema bastante importante.
La idea de esta tasa de reemplazo es que dejemos a otra persona reproductora para mantener a la población. A eso nos referimos con la tasa de reemplazo, en términos demográficos. Si estamos por debajo, significa que están quedando menos personas reproductoras, que en el futuro no se van a procrear porque no va a haber ese momento demográfico donde haya este grupo de personas que estén teniendo hijos, estaríamos casi yendo hacia la la extinción de la población. Este es un fenómeno global: estamos teniendo muy bajas tasas de fecundidad, sobre todo en espacios urbanizados. Eso tiene que ver con lo que te decía: si las personas se van a los 20 años, ya no hacen su vida reproductiva acá, queda el hoyo, luego regresan, entonces estamos viendo ese problema. Pero también tiene que ver con los costos asociados hacia los hijos y los espacios: la vivienda. Los problemas de emancipación del hogar, de que los jóvenes puedan tener acceso a su vivienda, a generar su propio hogar. Todo esto está haciendo que la maternidad, la paternidad, se esté retrasando como decisión, porque las condiciones materiales no son suficientes para que las personas tengan su familia. Muchas veces no es que las personas no quieran tener familia, es que no pueden tenerla o no quieren tenerla porque no se dan las condiciones. Cuando ya hay un proceso económico suficiente, pues tenemos un reloj biológico y ya no tenemos tiempo. Esto puede hacer que en lugar de tener familias que normalmente quizás hubieran tenido dos hijos, pues alcancen a tener uno, si es que alcanza.
Todo esto tiene que ver con derechos. Tengo mi derecho a hacer mi familia y las condiciones estructurales no me lo están permitiendo. Así como defendemos el derecho a no ser madre, también se defiende el derecho a serlo. Es una cuestión de derechos y de decisiones. Poco se habla de la decisión de ser madre, pero que no la puedo hacer porque las condiciones materiales no son las adecuadas.