Economía feminista

Carlos Argueta: «Las brechas salariales ponen en riesgo a las mujeres en su vejez»

Carlos Argueta es maestro en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México; maestro en Estadística Aplicada a la Investigación y licenciado en Economía por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador. Explica que las brechas salariales y los trabajados de cuidado y del hogar no remunerados ponen en riesgo de pobreza a las mujeres durante su vejez.

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La brecha salarial entre hombres y mujeres tiene un impacto directo en el sistema de pensiones, ya que las mujeres ganan menos a lo largo de su vida laboral. Como resultado, logran ahorrar menos para su jubilación, lo que deriva en pensiones más bajas en comparación con las de los hombres. Esta situación las expone a una mayor vulnerabilidad económica durante la vejez, al carecer de suficientes recursos para afrontar los desafíos de esta etapa como atender su salud, señala Argueta. 

Un factor clave que profundiza las brechas de género es la carga de trabajo no remunerado, especialmente en el cuidado del hogar y la familia. Las mujeres, al asumir mayormente estas responsabilidades, ven reducidas sus oportunidades para participar en el mercado laboral formal. Argueta destaca cómo este sesgo laboral limita sus cotizaciones al sistema de pensiones, condenándolas a una menor cobertura y mayor riesgo de pobreza en la tercera edad. 

Argueta subraya que en El Salvador no existen políticas efectivas para reducir las desigualdades de género en el acceso a las pensiones. Aunque en el 2017 se homologaron las tablas de mortalidad para hombres y mujeres, este avance es insuficiente frente a la complejidad de la problemática. La falta de medidas como bonos de maternidad o políticas integrales de cuidados evidencia que las brechas estructurales se mantienen, perpetuando la desigualdad económica entre hombres y mujeres en la jubilación. 

Esta entrevista fue realizada días antes de que Argueta, reconocido por sus publicaciones académicas sobre sistemas de pensiones y mercado laboral, y análisis de opinión pública, entre otros temas, recibiera el galardón de “Economista Investigador 2024”, otorgado por el Colegio de Profesionales en Ciencias Económicas (COLPROCE).  

¿Cómo afecta la brecha salarial de género a las pensiones de jubilación de mujeres y hombres?   

En nuestro actual sistema de pensiones, así como en muchos países de América Latina, el monto de la pensión está determinado en buena medida, por lo que una persona logra ahorrar al momento de cumplir la edad de retiro y la rentabilidad que estos ahorros generen a lo largo de esta trayectoria laboral. En pocas palabras, nuestra pensión depende de lo que percibamos en concepto de salario. Esto es un sesgo laborista que implica que las pensiones están vinculadas al acceso de las personas al mercado laboral formal y al número de montos salariales. 

Hay mucha evidencia que muestra una brecha salarial en donde las mujeres suelen ganar menos que sus contrapartes masculinas, incluso en puestos de trabajo en donde las asignaciones y las funciones son similares e incluso con niveles de escolaridad similares. El problema de esto es que cuando las mujeres afrontan un mercado laboral desigual, donde perciben menos salarios respecto a los hombres, tienen menos capacidad, dado ese salario, para poder ahorrar en su cuenta individual de ahorro para pensiones. Es decir, pueden dedicar menos dinero al ahorro previsional. Esto si se traduce en el ciclo de vida laboral, lo que implica es que cuando las mujeres cumplen la edad de retiro y tratan de optar a una pensión, como han ahorrado menos por esta brecha salarial, esto se traduce en una pensión menor. Vemos cómo las desigualdades de género que existen en el mercado de trabajo se transmiten en el sistema de pensiones. Como el sistema de pensiones no tiene ninguna medida afirmativa para poder reducir esta brecha, las mujeres corren el riesgo, con más propensión, de caer en una situación de pobreza en la etapa de la vejez.  

¿De qué manera el trabajo no remunerado, como el cuidado del hogar y la familia, impacta las contribuciones a las pensiones de las mujeres?  

Uno de los principales desafíos que enfrentan los sistemas de pensiones, incluyendo el de El Salvador, es este sesgo laborista porque el derecho a tener una pensión depende de qué tanto tiempo permanece una persona en el mercado de trabajo remunerado.  

El sesgo laborista es una barrera muy grande para las mujeres, porque sabemos que socialmente se les asigna a ellas el cuidado del hogar, el cuidado de la familia. Cuando, por ejemplo, un hijo, una hija o un familiar enferma son usualmente mujeres quienes les cuidan. Esto de alguna manera influye en sus trayectorias laborales, porque las mujeres suelen insertarse con menos frecuencia entre la población económicamente activa respecto a los hombres. Si una mujer accede al mercado de trabajo, suele insertarse en el mercado de trabajo informal, donde las prestaciones asociadas a la seguridad social son menos frecuentes. Solo para dar un dato, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2023, el 43.2 % de la población ocupada se encuentra en un puesto como asalariado o asalariada permanente, es decir, tiene una relación laboral con un patrono o una patrona. Pero ¿qué pasa cuando se desagrega este dato por sexo? Hay una brecha importante: entre los hombres, el 46.7 % es asalariado permanente, pero solo el 38.7 % de las mujeres están en esta categoría, una diferencia de ocho puntos porcentuales. Las mujeres son más propensas a insertarse en puestos de trabajo que implican un grado de informalidad.  

El tema clave es el de la población económicamente inactiva, parece que estas personas no hacen nada, pero cuando se les pregunta por las razones por las que no han buscado empleo, el 44.5 % menciona que es porque realiza trabajo de cuidado, del hogar. Cuando desagregamos esta cifra por sexo, vemos que esta respuesta es abismalmente diferente entre mujeres y hombres. Entre las mujeres, el 57.2 % de las mujeres económicamente inactivas declaran que no buscaron empleo por labores de cuidado. Mientras tanto, ese porcentaje entre los hombres asciende únicamente a 2.7 %. Aquí podemos ver evidencia de cómo el trabajo no remunerado, todo el tema relacionado al hogar, a la familia y el cuido impacta en el hecho de que las mujeres no puedan insertarse en el mercado de trabajo, que cuando lo hacen se insertan en puestos laborales informales y que la mayoría son más propensas a no trabajar por causas relacionadas al cuido. El sesgo laborista implica que ellas no ahorren o no coticen a los sistemas de pensiones, lo que implica en el mediano plazo que cuando lleguen a la adultez mayor, no puedan contar con una pensión contributiva.  

¿Existen diferencias en el acceso a planes de pensiones privadas entre mujeres y hombres?   

Legalmente no debería existir ninguna brecha de acceso a los sistemas de pensiones entre hombres y mujeres. Es decir, los sistemas no deberían discriminar por causas asociadas al género. ¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Las desigualdades del mercado de trabajo se transmiten e incluso se pueden llegar a intensificar en los sistemas de pensiones, porque tienen un fuerte carácter contributivo. Las personas para adquirir una pensión tienen que cotizar y uno cotiza casi siempre en puestos de trabajo formales. Entonces, ya hemos visto esta primera brecha entre hombres y mujeres al acceder a un puesto de trabajo formal que implica su capacidad para acceder o no a cotizar al sistema de pensiones. ¿Qué es lo que ocurre con esto, traducido a otras desigualdades que imponen los mercados de trabajo? Hacen que las mujeres tengan menos probabilidad de obtener una pensión.  

Cálculos propios con base en la Encuesta de Hogares de 2022 muestran que, en 2022, el 12.6 % de las personas de 65 años o más declaran tener una pensión contributiva, es decir, estar pensionadas. Cuando le agregamos el indicador por sexo, el 17.5 % de los hombres declara tener una pensión contributiva y únicamente el 9 % de las mujeres cuenta con una pensión contributiva. Vemos que el porcentaje de hombres con una pensión contributiva casi que duplica el porcentaje de mujeres con una pensión contributiva. Esto es interesante cuando se ve que una de cada cuatro personas trabajadoras cotiza al sistema de pensiones, es decir entre el 25 y el 26 %. Pero cuando uno llega a la adultez mayor, pareciera que no todos logran, en efecto, cumplir las condiciones legales para poder obtener una pensión. Estas barreras las afrontan con más frecuencia las mujeres.  

A las mujeres les cuesta insertarse más en el mercado de trabajo por todas las barreras que el sistema económico les impone, por todas las barreras culturales que también se les establecen, dado que a ellas se les atribuye el cuido del hogar. No hay políticas de corresponsabilidad integral aplicadas, tampoco hay medidas afirmativas dentro de los sistemas de pensiones que traten de cubrir parcialmente estas brechas. En última instancia, vemos nuevamente que las mujeres tienen una desventaja frente a los hombres en el acceso a los sistemas de pensiones.  

¿Qué efectos tiene la expectativa de vida más larga de las mujeres en su planificación y necesidades de pensión?  

La esperanza de vida de las mujeres en edad de retiro, en efecto, es mayor respecto a la esperanza de vida de los hombres al cumplir la edad de retiro. Las mujeres suelen vivir más respecto a los hombres. De acuerdo con la ley, en nuestro país, la edad de retiro de las mujeres es de 55 años y la de los hombres es de 60 años. Edades que no se han modificado en los más de 50 años que tiene de existir nuestro sistema de pensiones, cuando la dinámica demográfica muestra que con los años las poblaciones viven más. ¿Qué es lo que ocurre si una mujer a los 55 años logra cumplir los 25 años de cotización [continua o discontinua], cumple con las condiciones para poder retirarse y jubilarse? Como las mujeres ganan menos a lo largo de su vida laboral respecto a los hombres, se jubilan más pronto porque tienen una edad de retiro más baja y tienen una expectativa de vida mayor, con un monto menor de pensión tienen que afrontar un trayecto de vida restante en la adultez mayor, mucho más prolongado respecto a los hombres. Esto implica que, si logran pensionarse, posiblemente caigan en un riesgo de pobreza. Esto atenta contra su autonomía económica, porque posiblemente dependerán de su pareja o de alguna otra contraparte o redes de apoyo que tengan en ese momento. Esta dependencia económica o estas bajas pensiones se dan en la vida donde los gastos de salud o las implicaciones asociadas a la vejez se intensifican y, por tanto, es mucho más difícil que las mujeres puedan cubrir estas necesidades asociadas a la etapa de vejez.  

¿Cómo influyen las interrupciones laborales por razones de maternidad o cuidados de familiares en las futuras pensiones de las mujeres?  

Los sistemas de pensiones están vinculados a los ritmos de cotización de las personas, y, en general, es difícil que una persona permanezca de una manera estable cotizando al sistema de pensiones. Las personas pueden pasar del empleo formal al informal, pasar tal vez a una inactividad, al desempleo, van teniendo esas transiciones a lo largo de su vida laboral. Pero ¿qué es lo que ocurre? Los estudios muestran que las mujeres suelen tener transiciones laborales más abruptas respecto a los hombres. Suelen salir del mercado de trabajo con más frecuencia, en buena medida, por las labores de cuidados. En el corto plazo, esto atenta contra su autonomía económica debido a que no perciben un ingreso estable; en el mediano plazo, implica que dejen de cumplir con las cotizaciones necesarias para en el futuro poder optar a una pensión. O que, habiéndolos cumplido, posiblemente ahorren menos y, por tanto, se traduzca en una pensión más baja respecto a la de un hombre que permanece con más frecuencia en el mercado de trabajo.  

¿De qué forma las políticas de pensiones actuales abordan las desigualdades de género en los ingresos de jubilación?  

El Salvador, como muchos países de América Latina, ha hecho muy poco con el fin de cerrar estas brechas de género en los sistemas de pensiones. En realidad, estos sistemas de pensiones absorben e intensifican las brechas de género que ocurren en el mercado de trabajo. Lo único que se puede rescatar o identificar en cuanto al sistema de pensiones es que, a partir de 2017, las tablas de mortalidad con las que se calculan la esperanza de vida de hombres y mujeres se han homologado de tal forma que de alguna manera se trata de un cálculo o un ajuste que implica que se van cortando brechas a la hora de calcular pensiones. Pero esto es un pequeño punto dentro de una complejidad que tiene que ver con las desigualdades de género. En El Salvador no existen medidas afirmativas para reducir dentro de los mismos sistemas de pensiones las brechas de género. No existen, por ejemplo, bonos de maternidad. Cuando las mujeres salen del mercado de trabajo por temas de la maternidad o de la primera infancia, esto puede ser un apoyo económico complementario para sus cuentas individuales de ahorro para pensiones. Tampoco hay una política de integral de cuidados que haga que las mujeres tengan algún beneficio por el tema asociado a estas desigualdades de género.  

¿Qué papel juegan las pensiones no contributivas en la reducción de la pobreza entre las mujeres mayores?  

Al hacer un análisis comparativo con algunos países latinoamericanos, El Salvador es uno de los que tiene una baja cobertura contributiva y dedica muy pocos recursos a los sistemas no contributivos. De hecho, utilizando datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2022, se puede estimar un aproximado de la cobertura de la pensión básica universal o pensiones no contributivas y en El Salvador, el porcentaje de personas adultas mayores que tiene acceso a una pensión no contributiva es de 2.2 %, un porcentaje sumamente bajo. Aquí resulta relevante destacar que el porcentaje de mujeres cubiertas por una pensión no contributiva es de 2.5 %, mientras que el de los hombres es de 1.8 %.  

Entre las pensiones no contributivas, las mujeres, suelen ser más beneficiadas como población objetivo. Pero recordemos que la pensión no contributiva tiene medidas de focalización que apuntan en buena medida a personas en situación de pobreza. Dado que las mujeres no cuentan o suelen no contar con ingresos estables en su vida laboral, llegan a la adultez mayor con una dependencia económica relevante, es obvio que suelan ser un principal objetivo para este tipo de políticas. Pero esto no es suficiente para cubrir las necesidades que una persona en esta edad, en la adultez mayor, pueda tener. Aunque las pensiones no contributivas son un alivio para la población que no tiene una pensión, hay que fortalecer estos pilares, revisar constantemente sus medidas de focalización, y lograr que atiendan las exclusiones que el sistema de pensiones contributivo ha hecho históricamente en nuestro país.

¿Cómo afectan los estereotipos de género las decisiones financieras de las mujeres respecto a sus ahorros para la jubilación?  

En 2023 se publicó el estudio Desigualdades de género e inclusión financiera en El Salvador, elaborado por Nathalie Chacón y Jessica Veloz. Ambas economistas utilizan datos de 2022 para explorar posibles diferencias entre hombres y mujeres respecto a la inclusión financiera. Cuando se les consulta a las personas si tienen alguna cuenta de ahorro en una institución financiera, una medida proxy para identificar cuánto es el acceso a cuentas bancarias o el acceso a las instituciones financieras, el 24 % de las mujeres respondió que sí, en contraparte, con el 32 % de los hombres. Es decir, el acceso al sistema financiero pareciera más alto entre los hombres respecto a las mujeres. Es bien interesante cuando, por ejemplo, se les pregunta a las personas el destino del dinero que tienen ahorrado: las mujeres mencionan con más frecuencia que dedican sus ahorros para gastos de educación o de salud. El 6 % de las mujeres menciona gastos de educación versus 4 % en los hombres; y en gastos de salud, 8 % de las mujeres menciona que dedican sus ahorros a esto versus el 6 % de los hombres. Son en alguna medida gastos destinados no necesariamente a ellas mismas, sino a su núcleo familiar; y, podríamos, atribuirlo principalmente a los hijos e hijas.  

En el tema del crédito, las mujeres lo utilizan con más frecuencia para afrontar los gastos de comida, personales y para atender emergencias. Nuevamente aparecen gastos de salud, mientras que los hombres tienen otro tipo de destinos. Pareciera que a las mujeres culturalmente se les atribuye que sus ahorros y sus ingresos tienen que ir dedicados a salvaguardar el bienestar de los miembros de su familia, es decir, labores más de cuido; mientras que, en los hombres pareciera que más bien sus ahorros y sus ingresos deberían ir destinados, por estereotipos de género, a temas estrictamente de la economía productiva, inversiones, remodelación, emprendimiento, etcétera. Y no quiere decir que las mujeres no lo hagan. Estas disparidades que se dan en la vida productiva de las personas, pueden ser un factor que repercute a que las mujeres, incluso teniendo una pensión, tengan que dedicar mayor parte de ese monto a temas de cuidado. Cuando un familiar enferma, por ejemplo, tal vez son las mujeres pensionadas las que dedican una mayor proporción de su ingreso de pensión para atender este problema de salud. Esto es un tema de investigación muy relevante que futuros estudios deberán profundizar y abordar. Lo que aquí planteo es más bien una hipótesis que habrá que seguir explorando y profundizando.  

¿Existen diferencias de alfabetización financiera entre mujeres y hombres en relación con las pensiones?  

Uno de los últimos esfuerzos que se ha hecho en el tema previsional es la Encuesta Longitudinal de Protección Social. Sin embargo, esos son datos a 2013. Algo que sí ocurre es que el desconocimiento sobre el sistema de pensiones es muy generalizado entre la población, independientemente se trate de hombres o de mujeres. Muy pocas personas conocen la tasa de cotización, las condiciones de cuánto tiempo necesitan para poder pensionarse o las edades de retiro. Esto en buena medida puede estar vinculado a que históricamente nuestro sistema de pensiones ha tenido una muy baja cobertura y que pareciera que el sistema de pensiones ha perdido legitimidad social entre buena parte de la población, en el sentido de que lo perciben como un mecanismo que tal vez en el corto plazo les recorta ingresos debido a las contribuciones que uno hace obligatorias, pero que en el mediano plazo se van a terminar traduciendo en pensiones bajas. Las personas, posiblemente, por un lado, tengan muy poco interés en esto, pero también es una falla histórica que hemos tenido como sociedad. Aquí va el tema, por ejemplo, educativo, en nuestra currícula, tanto en educación básica, media, incluso a nivel universitario, hay muy poco abordaje sobre la educación financiera y, específicamente, sobre la educación previsional. Una de las recomendaciones que se pueden hacer es reforzar la educación previsional en los diferentes niveles.  

¿Qué medidas podrían implementarse para asegurar que las pensiones sean equitativas y reflejen las contribuciones laborales de mujeres y hombres a lo largo de sus vidas?  

Es una pregunta sumamente compleja, muy amplia. Es prácticamente resolver, recortar y eliminar las brechas de género. Definitivamente eso tiene que surgir a través de una política integral, que sobrepasa el sistema de pensiones. Una política integral de previsión social debe poner a la persona como el centro. Hay un importante vínculo entre el mercado de trabajo y el sistema de pensiones, pero el sistema de pensiones también tiene que innovar a través de diferentes mecanismos para reducir estas brechas de género, diseñar políticas afirmativas de tal manera que se recorten estas brechas de pensiones entre mujeres y hombres.  

Esto debe venir acompañado de medidas integrales en el mercado de trabajo, de tal forma de que se reduzcan las brechas salariales y de trabajo entre hombres y mujeres a lo largo de su vida productiva. Esto podría beneficiar a la pensión contributiva. Esto implica la generación de empleo, el fomento del empleo joven, medidas que permitan a las personas dentro del mercado de trabajo informal poder cotizar o ahorrar bajo condiciones diferenciadas, de tal forma que el acceso a una pensión no dependa exclusivamente de si logro tener o no un trabajo formal.  

Tener una pensión es un derecho y esto debe ser independientemente de la posición que ocupe la persona en el mercado de trabajo a lo largo de su vida, sea hombre o mujer, lamentablemente afecta mucho más a las mujeres respecto a los hombres. Esto también tiene que venir acompañado de una política integral de cuidados, de corresponsabilidad, de tal forma que también culturalmente exista esta deconstrucción de estas desigualdades que en el fondo no deberían existir.  

Estos temas implican un acuerdo fiscal, de tal forma que se puedan organizar, reordenar las finanzas públicas del país y dedicar más recursos a la pensión no contributiva, porque los mercados en sí mismos no son suficientes para poder regular y decir quién tiene o quién no tiene derecho a una pensión. Para quienes por algunas condiciones a lo largo de la vida no pudieron cotizar, debe existir un pilar no contributivo, enfocado principalmente en las mujeres, que son las que casi siempre carecen de acceso a una pensión contributiva. Deben abordarse muchas aristas, incluyendo el tema demográfico, porque el porcentaje de la población adulta mayor va incrementando debido a que nos vamos volviendo una población cada vez más longeva. Vamos a demandar servicios de salud, previsionales y esto lo podemos anticipar. Si no tomamos las medidas desde ya, en el mediano plazo, esto va a implicar grandes problemas para la política pública de El Salvador. Esto implica un plan de largo plazo, pero si no se toman las medidas necesarias en este momento y en un contexto de un diálogo formal, participativo, informado e incluyente, difícilmente va a obtener una legitimidad social.  

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